En su casa hay 34 canes llegados de toda España, tres équidos desahuciados por sus dueños y una cabra
29 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.A Bea Heyder siempre le habían gustado los animales, «en casa de mis abuelos cuando era pequeña había gallinas», cuenta. Pero fueron los galgos, esos canes a los que en determinadas ocasiones se les tortura y maltrata sin piedad, los que conquistaron su corazón y la animaron a implicarse de verdad, a echar una mano para que cada vez sean menos los que sufren. Así nació la Pradera Bea Heyder, una entidad que ha sabido utilizar las redes sociales para dar a conocer su labor y para luchar contra el maltrato que sufren los animales. Pero no solo los canes, sino todos en general. En su casa de Meis hay actualmente 34 galgos que han llegado de toda España, tres caballos que fueron desahuciados y maltratados y hasta una cabra. Todos viven felices y adoran a su dueña, que los cuida y mima con todo el cariño del mundo.
Aunque es gallega, Bea vivió muchos años fuera. Fue en un pueblo de Toledo, en Ontígola, donde entró en contacto con la situación que vivían los galgos, «y eso me mató», asegura ahora. Porque estos animales son muy utilizados para la caza y, cuando ya no sirven, sufren todo tipo de maltratos y torturas. «La gente de allí tiene poca empatía con los animales y a mí me revuelve el alma», explica. Así que, poco a poco, fue recogiendo a esos perros que nadie quería. Y se vino a vivir a Meis, con su madre y con su hijo. 34 perros, cada uno con su propio nombre, conviven con ellos. Han llegado de toda España y, ahora, se les ve felices. Saltan y ladran alrededor de su dueña, que los limpia y cuida todas las mañanas. «¿Tú sabes cuánto tiempo paso limpiando y colocándolos a todos?», pregunta. Su labor consiste en recogerlos, cuidaros y mimarlos. Y, después, darlos en adopción. A través de su Facebook les busca familias que estén dispuestos a cuidarlos. «Yo no sacrifico, yo doy en adopción», explica. Lo suyo no es una protectora de animales, ni siquiera una asociación. Estuvo pensando en darse de alta de alguna manera, pero la nueva normativa de acompañamiento animal no le convence.
Si en Ontígola fueron los galgos los que la conquistaron, en Meis fueron los caballos. Porque considera que las mismas penurias que sufren los canes a los que nadie quiere, las sufren también los equinos que viven en libertad en los montes. Critica la gestión que realizan las mancomunidades, que no se preocupan de si los animales están o no en buen estado. Y que la Xunta no tenga una mayor supervisión sobre estas entidades, Y cuenta, como ejemplo, la historia de Tilvury. Es un caballo que tiene 27 años, «y hasta el 2005 fue campeón de saltos. Después, hasta el 2016 lo usaron para hacer rutas kilométricas. Y después su dueño lo dejó atado para morir, para darle pienso de cerdo, engordarlo y llevarlo al matadero», cuenta. Ella no pudo permitirlo, tuvo que pagar 200 euros a su propietario para poder llevárselo y darle una mejor vida. Hoy, el animal vive tranquilo en La Pradera. «Este caballo ha nutrido al empresario de beneficios durante años y él no ha tenido ni la caridad de ponerle un chip», explica. Otro caso fue Triunfo. Un caballo, también, que fue rescatado en unas condiciones terribles. Tanto, que a pesar de los cuidados que ella le pudo proporcionar no pudo salir adelante. «Murió por una septicemia interna», explica.
Bea tampoco ha podido quedarse de brazos cruzados tras la ola de incendios que asoló a Galicia. Fue de las primeras en dar la voz de alarma y en avisar de que también podía haber animales afectados. Caballos que huyeron del fuego y que bajarían días después buscando comida, o canes que se habrían desorientado y no habrían podido regresar a sus casas. Alertó también contra los voluntarios que querían lanzarse al monte a ayudar sin tener ni idea de qué hacer. La respuesta a sus peticiones fue inmensa. Tanto, que hasta la semana pasada estuvo repartiendo todo el material y los fondos recaudados entre organizaciones que lo precisaban. Hasta una asociación que trabaja en Nepal llegaron parte de esas donaciones.
Ahora, está estudiando si constituir algún tipo de asociación que le ayude en su labor. Aunque, asegura, tal y como está la ley actualmente cree que La Pradera está mejor así. A su aire.
Los animales
que Bea cuida los da en adopción a familias que quieren atenderlos
La mayoría de los canes llegaron a La Pradera en muy malas condiciones y enfermos