Iba para arquitecto, pero acabó siendo actor después de ver una obra de Valle-Inclán. Espectador apasionado, capaz de «llorar a moco tendido» y de «llorar a carcajadas», lamenta que la política haya dejado de hacer gracia. Así es el actor gallego que siempre quiere regresar a su pueblo
18 oct 2021 . Actualizado a las 11:55 h.Las casualidades existen, si no que se lo pregunten a Javier Veiga, que triunfa en Audible con Otras pequeñas coincidencias, el pódcast que cuenta, junto con Marta Hazas, esos azares de la vida que han llevado a doce parejas reales a vivir una apasionada historia de amor. Pero también la suya con la actriz cántabra está llena de esas pequeñas coincidencias que nos desvela en esta entrevista: «Bueno, me hice a mí mismo un casting perfecto». Afable y sincero, reconoce que vivimos en una época «mojigata» en la que el humor nunca debería censurarse.
—¿Cómo surgió hacer este pódcast?
—Cuando hablamos con Audible para hacer una versión de Pequeñas coincidencias, le dimos muchas vueltas. No queríamos hacer la serie tal cual o hacer capítulos extras porque nos daba la sensación de que no iba a funcionar. Nos apetecía buscar algo distinto que partiese de la idea de la serie. Entonces, partimos de la base de que todos tenemos ese punto morboso de cuando conocemos a una pareja, preguntarles cómo se conocieron. Y esto es lo que hemos hecho, tal cual. Hemos buscado a parejas reales para que nos contaran su historia, cómo se conocieron y cómo fueron esas pequeñas coincidencias que les llevaron a ser pareja. Son historias reales y las narramos contando los puntos más divertidos y luego, al final, llamamos a los protagonistas de la historia para que nos confirmen si siguen o no juntos.
—¿Qué tiene el amor que sigue moviendo montañas?
—Es de las pocas cosas que tenemos certeza de que son verdad. Es un sentimiento real. Además, en esta época de que todo es fake y que ya no sabes cuánto es de apariencia y cuánto real... Enamorarse y desenamorarse, el sufrimiento amoroso y el momento de felicidad absoluta que genera son sentimientos reales y de esto nadie tiene ninguna duda.
—¿Crees en el destino, en esas coincidencias que acaban poniéndote delante de la mujer o del hombre de tu vida?
—Yo creo más en el azar como elemento ordenador del universo. Creo que todo al final es azar puro. No creo que haya un destino escrito en el que todo tiene que llegar a aquel sitio, pero da igual, al final se ordena por pura casualidad. Estamos claramente en manos de la casualidad, de la suerte, del azar, las cosas vienen un poco como les da la gana.
—¿Y cómo conociste a Marta Hazas?
—Nos conocimos trabajando, pero en este caso tiene que ver con que el que era mi vecino de enfrente hizo su primera película, y llamó un día a mi puerta. Yo ni siquiera sabía que se dedicaba a este mundillo, y llamó para decirme que tenía un guion de una película y que quería que yo la interpretase. Al cabo de un tiempo, él estaba buscando a la actriz para protagonizar conmigo la película y yo, sin conocer de nada a Marta, pasé casualmente por un teatro en el que ella estaba actuando. Pensé que encajaba en el personaje perfectamente y entonces se la recomendé al director. Le dije: «Oye, y esta chica, ¿por qué no la llamas? Yo no la conozco, pero creo que podría encajarte para la película». Y bueno, creo que me hice a mí mismo un casting perfecto.
—Y desde entonces hacéis muchos proyectos juntos...
—Bueno, ha sido casi más natural eso que la propia relación. Llevamos ya cinco proyectos, y alguno como el de Pequeñas coincidencias de tres temporadas más el pódcast. Hemos trabajado siempre juntos y lo hemos vivido de manera normal. Hemos sido compañeros de trabajo antes que pareja, con lo cual es parte de nuestra relación. Yo siempre cuento que mis padres tenían un restaurante a medias. Para mí lo natural es que las familias trabajen juntas, no al revés, porque así era en mi casa.
—¿Era en O Grove?
—Sí, tenían La Posada del Mar, que era un restaurante que estaba enfrente del puente de A Toxa y lo tuvieron durante 30 o 40 años. En mi pueblo yo era el hijo de La Posada del Mar. El cabeza de familia era el restaurante, comíamos allí, la vida se hacía en torno al restaurante.
—¿Hay en O Grove un gen particular del humor?
—Aunque allí tenemos un istmo y es una península, hay un carácter isleño. En los sitios tan pequeños y aislados siempre hay un humor particular, una manera particular de hacer las cosas. La retranca que es tan nuestra, de todos los gallegos, pero tanto en A Illa de Arousa como en O Grove se lleva más al extremo. Es una retranca más cerrada. De hecho, en carnavales hay como 20 comparsas distintas, prácticamente todo el pueblo participa y se hace la letrilla satírica. Y hay una afición por la retranca, por el humor, por el humor con mala baba tan nuestro y, a veces, tan dañino [se ríe], pero sí.
—¿Vas a menudo?
—Sí. Es verdad que había estado tres años yendo poco porque estuvimos tres veranos enteros rodando la serie y casi no pude ir, pero este verano me he desquitado y he estado casi todo el verano por allí.
—¿A Marta le gusta?
—En ese sentido nos entendemos bien, porque ella es de Santander e intentamos ir a un lado y a otro. A mí me gusta mucho Santander y a ella le gusta mucho O Grove, así que ambos disfrutamos tanto de un sitio como del otro. No hay que arrastrar a ninguno de los dos al otro sitio, vamos con alegría.
—¿Y cómo acabaste en Madrid?
—De hecho, estuve un año en A Coruña. Me matriculé en Arquitectura y poco más que eso hice. Y decidí ir a Madrid a estudiar Arte Dramático. Fue por casualidad. Tan casualidad que en una revista de la época, Ragazza, venía un artículo que explicaba qué era esto de ser actor y yo que estaba más perdido que un pulpo en Carballiño, pues dije: «¿Qué hago de mi vida?». No tenía ninguna vocación, ni siquiera había estado nunca ni como espectador en el teatro. Y estando allí en A Coruña me acuerdo que estaban las Comedias bárbaras de Valle-Inclán en el Teatro Rosalía, me fui a ver aquello y me acuerdo que fueron seis horas o siete horas de teatro seguidas y al terminar dije: «Yo quiero dedicarme a esto». Y me vine a Madrid.
—Entonces ¿ibas para arquitecto?
—Bueno, creo que no tenía ninguna posibilidad. Era un poco surrealista porque además no sé si soy un poco disléxico con el dibujo. Me matriculé allí porque me pareció divertido, pero creo que mis opciones como arquitecto eran más bien nulas.
—¿Qué es lo que te hace gracia? ¿Te gustan los chistes tontos?
—Me río absolutamente con todo. El humor idiota me hace mucha gracia, me molesta incluso la expresión «humor inteligente». Creo que el humor, por definición, es bobo y tiene algo de inocente. Otra cosa es que haga falta inteligencia para hacer humor. Me gusta el humor desde el más elaborado, la película más retorcida de Woody Allen, hasta la bobada más tonta de un payaso en la calle. Me gusta todo el humor y soy un buen espectador. Si es algo de drama, lloro a moco tendido, y si es una comedia, lloro a carcajadas.
—¿Eres de contar muchos chistes?
—Era antes más, porque como la gente ahora ya espera que lo hagas... Sobre todo, si me lo piden, seguramente no contaré ninguno. Si me animo entre amigos y alguien empieza, igual sí que me sumo. Desde niño me gustaban, siempre me han gustado los chistes, pero es verdad que cuando dicen: «El de los monólogos... cuenta un chiste», pues como que te da cierta rabia y no lo haces.
—¿La factura de la luz te parece un mal chiste?
—Creo que la política lleva siendo un mal chiste hace mucho tiempo. Es una cosa tan distanciada, tan aparte de la sociedad, que ha dejado incluso de hacer gracia. Siempre ha habido un humor político, de hacer chanzas de los políticos, pero ahora los humoristas que hacen humor de políticos, también hacen política. Entonces, no es ni gracioso. Necesita una vuelta.
—Florentino Fernández dijo que si no hay más mujeres (humoristas) no era por «una cuestión de sexo, sino de talento», aunque luego pidió disculpas, ¿qué opinas?
—Lo que es un coñazo es que digas lo que digas te vayan a juzgar y a quemar en plaza pública. Cualquier cosa que digas se va a utilizar en tu contra y como no se puede matizar ni se puede opinar de nada sin que haya grises... O todo es blanco o negro, es un coñazo. Y al final evitas opinar de cosas porque dices: «Me van a quemar en plaza pública, sea a favor o en contra». Entonces, me atrevo a opinar si es un programa de radio donde se pueda matizar, se perciba la ironía... pero en una respuesta que luego vas a transcribir, creo que diga lo que diga se malinterpretaría o alguien tendría la vocación de malinterpretarlo. Y esto es lo que me preocupa, muy por encima de si hay más o menos mujeres graciosas o no.
—¿Crees que vivimos en una época en la que todo tiene que ser demasiado políticamente correcto y que nos escandalizamos muy fácilmente?
—Tal cual, es una época absolutamente mojigata, muy retrógrada, y creo que no va bien para nada. El otro día escuché que a toda esta gente que se altera tanto con los chistes habría que saturarlos, hacerles todos los chistes políticamente incorrectos para que les pase como a los niños, que si los sometes a muchos virus, automáticamente se inmunizan. Creo que no podemos censurar nada. Y también escuché que el problema está en esta frase: «Yo lo tolero todo, menos a los que no son tolerantes». No, no, es que tienes que tolerarlo todo. Ese es el asunto. Esto no te ha hecho gracia, pues cambias de canal, no le sigas en Twitter o pon otra cosa, pero esto de necesitar criticarle porque no te ha hecho gracia... Es algo que es retrógrado y que no nos lleva a ningún lado bueno.
—En la sección coincidimos que tienes un look «agrochic» que mola...
—[Se ríe] Me encanta.
—¿Es espontáneo o cuidas mucho tu imagen?
—Te puedo decir que me cuido poco. Me compro muy poca ropa, pero tengo un equipo de vestuario de confianza y me quedo la ropa de las cosas que ruedo. Tengo ropa que me regalan o la que me quedo de los rodajes, pero hace mucho tiempo que no voy de compras. Pero me encanta el término agrochic. Me lo voy a apuntar.
—¿Hay cantera en Galicia de humoristas?
—Sí, hay una generación muy buena de actores, con Touriñán a la cabeza y con otros muchos detrás, pero el problema del humor gallego es el salto del idioma. Es un humor que no tiene fácil el paso porque, al final, no puedes hacer un humor gallego para el resto de España. Eso es una faena, porque el humor funciona cuando es auténtico, pero si es en otro idioma y necesita adaptarse, esta adaptación no es fácil. Es una pena, porque creo que tendría más repercusión, aunque aún así cada vez salen más cosas, y con más facilidad. Pero hay ahí un hándicap que tenemos que contar con él, que es fantástico y bendito hándicap, pero que evidentemente dificulta un poco la repercusión más allá.