Sefa y Raimundo llevan medio siglo detrás del mostrador y con la puerta abierta en el Ferredomi, un bazar grovense que te atrapa por su escaparate, con productos en los que prima la calidad
22 nov 2024 . Actualizado a las 08:45 h.Ferredomi es una de esas tiendas que rezuma los aires de antaño, pero que su interior está repleta de producto moderno, mil y una piezas de menaje y pequeño electrodoméstico junto a cuchillos, tuercas o tijeras. Una ferretería con más de sesenta años de historia, que te atrapa según entras. Dice su madre que abrieron la puerta el 2 de noviembre de 1962, pero hay un cliente que siempre les recuerda que vio a su padre subido a una escalera colgando el letrero el día que mataron a Kennedy, el 22 de noviembre, cuentan Sefa y Raimundo, gerentes del negocio que fundaron sus padres por aquel entonces en plena calle Castelao, mientras debaten sobre la cuestión porque aquel día, el del letrero de cristal que lleva el apellido de los progenitores, Domínguez y Míguez, también nació uno de sus hermanos.
La idea de Paco y Josefa, sus padres, era montar una zapatería, pero su abuelo, que era constructor hizo que cambiasen de idea, observando las necesidades del momento. Empezaron vendiendo cemento, escayolas y materiales de construcción. Sefa se crio detrás del antiguo mostrador que aún hoy continúa en el local. «Yo, con cuatro años andaba por aquí y le preguntaba a la gente lo que quería», recuerda. La tienda se abrió al llegar su padre, que era albañil, de Venezuela. En aquel momento la calle apenas disponía de negocios pero su abuelo les decía que aquella iba a ser la arteria principal de O Grove, y no se equivocaba. «Estaba el Casino, que era una sociedad cultural, el bar Pepín, el Levante y los de Besada tenían una ferretería también» , recuerda Sefa, «no había nada más».
Empezaron con poca cosa «y las cajas donde venía el material las ponían a modo de exposición en la estantería», explican, pero cogieron una época muy buena, cuando la gente de la emigración hizo progreso y se levantaron casas en la localidad.
El histórico mostrador
Tardaron poco en combinar el bricolaje con otros productos de menaje y cosas de casa, convirtiéndose en un bazar. La ferretería se quedó pequeña y adquirieron el local anexo, donde hoy está la entrada principal, y a donde trasladaron la zona de despachar. «Este mostrador ven para aquí de dunha peza, na carretilla de teu avó», le contaba hace poco un cliente. Y es que el mueble es un elemento característico de la tienda, algo estropeado dice Raimundo, pero muy práctico. «Quixemos amañalo e incuso substituilo, pero amañámonos ben con el», dice.
En realidad es también una pieza sentimental porque pertenece a una generación que ya no está y le da carácter a la tienda. «Eu penso que nos quitas de ese mostrador e non sabemos atender», asegura. Junto al letrero, son dos de las piezas que están en el local desde su fundación. Sefa está enamorada del cartel. «El día que cerremos tendremos que rifárnoslo», dice, mientras Raimundo bromea con partirlo. En vida de sus padres no hicieron muchos cambios en la distribución del negocio «pero a meu pai non lle falaras de tirar unha parede». Para los vecinos aquello era una tienda enorme que sorprendía. Empezaron a abrir peluquerías, pastelerías, mercerías, y en esa hoy semivacía zona peatonal, llegaron a instalarse hasta siete bancos, así que era la zona de mayor tránsito. Tuvieron muy buenos clientes. «Toda la gente que tenía villas en A Toxa, vimos crecer San Vicente», apunta Sefa, rememorando las épocas de bonanza, en donde al principio se hacían jornadas maratonianas. «Nos quedábamos de noche, al cerrar la tienda a desembalar toda la mercancía que venían en cajas de madera y con paja», dice. Y todo aquello había que subirlo andando al fallado, que era el almacén y clasificarlo. Recuerda Sefa una época en la que estuvo de moda la madera quemada. Vendieron piezas a muchos ingleses que de aquella paraban en A Toxa. «Penso que medio Reino Unido está cheo de mobles nosos de madeira queimada», recuerda.
Es el comercio más antiguo que permanece abierto en una calle que en su día fue reflejo del progreso en el casco urbano, y ellos lo recuerdan con gusto porque tienen amor por el negocio. En vida de sus padres, hacían falta los cuatro en el negocio, había que atender, reponer, se anotaba mucho en la libreta, se salía a montar en las casas, eran otros tiempos. En el relevo, Sefa y Raimundo apostaron por hacer algunos cambios. «Mi padre no era evolutivo, pero nos dejaba hacer, nosotros nos metimos en más calidad y en más producto”, explica la culpable de los escaparates que acaparan la mirada de los viandantes. Y aseguran que aunque no corren buenos tiempos, mantienen a una clientela y siguen vendiendo para gente de fuera, para gente con la que su padre, que nunca se despegó del negocio, tuvo un trato muy familiar, «Y te diré que se murió con las botas puestas. Cerró la puerta a mediodía y por la tarde ya no la abrió», dice Sefa, quien apenada ve como la calle se va quedando vacía, a lo que Raimundo añade, «xa nin se embellecen as calles nin se manteñen as luces acendidas pola noite», cuenta.