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Burger Drey, adiós a la hamburguesería de los seis barriles de cerveza y los mil bocatas diarios

leticia castro O GROVE / LA VOZ

O GROVE

CEDIDA

O Grove despide a un establecimiento legendario, que bajó el telón el 29 de diciembre después de 45 años al pie de la barra

19 ene 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

La mítica Burger Drey, de O Grove, bajó la persiana hace veinte días, tras cuarenta y cinco años de actividad para tomarse un merecido descanso, pero dejando un poco más huérfano al sector empresarial de la localidad y a numerosos clientes de cientos de kilómetros a la redonda. Tras sus puertas queda el recuerdo del sabor de sus sándwiches, bocatas o hamburguesas de pollo, inconfundibles, y también la sonrisa y amabilidad de Ana Pintos tras la barra, quien comenzó a los quince años en el negocio con Ventura Devesa y su mujer, Francisca Muñíz, los propietarios.

Se podría decir que fueron unos visionarios a juzgar por la trayectoria. En 1979 no existían negocios de esas características en la localidad, pero Ventura, que era marinero, y había estado embarcado durante veinticinco años, había visto cientos de ellas en otros lugares. Lo que ayudó, también, a que instalara una gigantesca colección de relojes con la hora de doscientos países de todo el mundo en aquellas paredes. Se había pasado parte de su vida haciendo adelantar y retroceder las agujas, y aquello era una manera de recordarlo, y una afición bien curiosa, que llamaba la atención de quien entraba en Drey. Una colección que creció gracias a regalos de clientes y de marcas publicitarias.

Ventura decidió implantar el negocio en el número 118 de la calle Castelao, ayudado por su hermano Jaime, según recuerda hoy a sus 94 años: «Cantas hamburgueserías vin eu no mundo», dice. «Foi unha odisea», añade Ana. «Abrimos no mes de xuño e comezou a vir moitísima xente, vendíamos seis barrís de cervexa e uns mil bocatas ao día durante moitos anos», comenta.

Un local imprescindible

Drey se fue convirtiendo poco a poco en uno de los locales imprescindibles del pueblo, era «unha familia de familias», apunta Ana. Obligatoria era la parada del domingo para muchos jóvenes a la vuelta de la sesión de tarde de la discoteca y también el momento para pasar tiempo en familia. Todo el mundo allí se sentía como en casa, lo que hizo que fidelizaran clientes muy rápido, de muchas partes del mundo. Eso, y el inconfundible sabor de todo lo que salía de la plancha. El carácter de Ventura y el de Ana hacían el resto.

La familiaridad era tal que tenían bocatas en carta que llevaban precisamente el nombre de la clientela, el sándwich Priscila, de tres pisos, favorito de muchos, el bocata Nuria, con milanesa de pollo, todos armados por sugerencia de asiduos consumidores, que se convirtieron en amigos. El secreto del éxito fue, cuentan, trabajar siempre con la mejor materia prima, y según recuerdan quienes los visitaban frecuentemente, hacerlo todo con mucho cariño. Tanto, que hay quien bromea y dice que los bocatas estaban tan ricos «porque Ana les habla». Ahora les toca disfrutar al otro lado.

Satisfacción. Ana Pintos señala que encontró en Drey a su segunda familia. Asegura que si tuviese que volver atrás no cambiaría absolutamente nada. Su satisfacción, haber visto disfrutar a clientes y amigos que repitieron siempre.