
Hace cosa de año y medio la luz se apagó en Limiar; otro clásico apura sus últimos días en la capital arousana
14 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.Hubo un tiempo en el que los chavales de Vilagarcía se entretenían revolviendo los discos de Vázquez Lescaille antes de doblar la esquina y comprar sus cuadernos en la librería Vértice. Alejandra Abal, a quien todos conocen como Sandra, ha visto crecer a muchos de los críos de entonces. «Hoy los veo y son hombres y mujeres con sus carreras y sus familias», explica con un deje de añoranza mientras reflexiona sobre lo que está a punto de suceder. Su negocio, un clásico de la papelería en la capital arousana, pronto se convertirá en un recuerdo. Cuando abril llegue a su final, el servicio de prensa que caracterizó a Vértice desde su fundación, hace 22 años, dejará de funcionar. Un par de semanas más tarde, lo justo para ofertar a precios rebajados el resto del material que guardan sus estantes, sus puertas se cerrarán para no volver a abrirse.
Sandra puso a andar Vértice en 1994 junto a su socia, Teresa Outeiral, ya fallecida. Ambas recogían el testigo de una antigua imprenta, Castro, que se había internado ya en el negocio de la papelería. «Nosotras le añadimos el quiosco, los libros y ampliamos el negocio», recuerda la empresaria. Le duele pensar en el cartel de cierre que antes o después tendrá que colgar. Pero no queda otra. «De seis años a esta parte las cosas no iban bien, pero los dos últimos han sido de traca». El dominio de los bazares chinos, la competencia de las franquicias, el cambio en determinadas prioridades -«parece que no te cuesta gastarte dos euros en el Hola, pero sí en un cuadernillo Rubio»-, la crisis... Los factores se acumulan en una espiral que conduce a Vértice al mismo lugar en el que Limiar, por poner otro ejemplo, descansa desde hace año y medio. Por no hablar de la librería Celta.
Una niña de unos nueve años entra decidida en el local. Quiere unas cartulinas con las que sus hermanas pequeñas deben elaborar tal o cual trabajo para el colegio. Sandra le aconseja, evita que se lleve más de lo que necesita, charla un rato con ella. Se nota el oficio, la mano de quien lleva mucho tiempo en esto aunque, por lo visto, eso es algo que cada vez se valora menos. Los bares a los que distribuía la prensa de buena mañana, a partir de las siete y media, la echarán de menos. No serán los únicos.
crónica el ocaso de las papelerías