Javi empezó a servir vinos en el Xentes con solo quince años; va ya por los cuarenta y continúa en el oficio
15 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.Mañana cumple 25 años como camarero. «Lo recuerdo bien porque fue un día antes de las Letras Galegas», aclara. Solo tenía quince años cuando se puso tras la barra del legendario Xentes, en A Baldosa (Vilagarcía), a las órdenes de Vicente Avilés. Con su jefe pasó momentos inolvidables, como aquel en que hubo que salir en busca de unas lampreas. Javi las guardó en una bolsa, en el maletero del coche, y cuando fue a buscarlas ya no estaban. A la vista del aspecto de los bichos no se atrevió a echarles el guante de modo que tuvo que llamar a Vicente para rescatarlas de entre los asientos para llevarlas a la olla.
Allí aprendió el oficio hasta el punto de que un día se decidió a montar su propio bar: el Xuntanza. Lo hizo en la mejor compañía posible, la del que acabaría siendo su marido, José Carlos Justo. Javi sigue atendiendo a lo que mejor sabe, las mesas y la barra, mientras que Carlos se ocupa de la cocina.
El primero llegó a la hostelería por obligación. Dejó de estudiar muy pronto y cuando quiso retomar los libros ya no pudo ser. «Entré en el Xentes para trabajar tres meses y ya no me fui», relata. Por entonces no sabía ni coger una bandeja, ni falta que hacía por que en el bar de A Baldosa se estilaba servir por la ventana. Lo de Carlos fue cosa del amor, confiesa. Trabajaba como guardia de seguridad cuando un día se le ocurrió hacer un curso de hostelería y, tras conocer a Javier, decidió compartir con él, también el negocio. Lo de servir vinos y cañas va a menos, afirman, de modo que en el Xuntanza apostaron por el menú del día, y dicen que les va bien. Por lo que no pasan es por el fútbol. En su local solo se ven partidos en abierto, sobre todo cuando juega la selección. «Entonces sí, nos pintamos la cara y todo». Quizá pierdan algún cliente pero ganan otros, los que huyen del alboroto y prefieren tomarse una tapa tranquilamente, aunque juegue el Madrid-Barça. Después de tantos años en el oficio, Javi presume de tener una clientela fiel. «Serví ya a tres generaciones. Tengo clientes que tienen nietos. Y que vienen de fuera, sobre todo en verano, que llevan más de 20 años visitándome». Pero nunca faltan caras nuevas, sobre todo cuando aprieta agosto y el turismo está en su apogeo. Es la mejor época para hacer caja. «En el verano se trabaja para todo el invierno», señala Carlos, como si se tratase de la hormiguita del cuento. Y si hay que recurrir al ribeiro, se recurre. Es que en una ocasión, Javi le dio vino de la tierra a unos ingleses cuando ellos lo que querían era una beer. Pero como su inglés era más bien escaso, no se complicó y les sirvió lo primero que encontró a mano. Quizá con el cambiazo salieran ganando, pero no coló, recuerdan entre risas. A Manuel Fraga, sin embargo, no tuvo problemas para entenderle, a pesar de que su español se volvía incomprensible. En tiempo de elecciones siempre caía algún político por A Baldosa. Que si Don Manuel, que si Belloch... y, por supuesto, todos los políticos que han sido y son de Vilagarcía. También tuvo ocasión de saludar a Baltasar Garzón y de hacerse una foto con el exseleccionador nacional de baloncesto, Lolo Sainz.
«Conozco a mucha gente y mucha gente me conoce a mí». Su carácter extrovertido y afable invita a la complicidad, y son muchos quienes la buscan y la encuentran con él. Estar detrás de una barra tantos años te confiere un conocimiento de la condición humana que no se alcanza en otros trabajos. El camarero se convierte en confidente, en consejero, y, a veces, en amigo. «Si hasta tiene siete madres», apunta Carlos. Javi era un chaval y una pandilla de mujeres que se reunían en el Xentes decidieron protegerlo y cuidarlo. Ellas y otros muchos le animaron a montar su propio negocio y a llevar adelante su relación con Carlos, superando prejuicios ajenos. Una empresa que no siempre fue fácil y que, curiosamente, encontró en las personas mayores sus mejores aliados, afirman ambos.
No esconden su condición sexual y esto no les acarreó problemas a la hora de regentar un bar. Al contrario, tienen bastantes clientes gais que eligen su local «suponemos que porque aquí se sienten cómodos». Pero el Xuntanza no pone barreras. Está abierto a todo el mundo que quiera disfrutar de un pulpo á feira o de las croquetas de jamón, esas que algunos llaman «croquetas con el sobaquillo», que Javi aprendió a hacer en A Baldosa y que mantiene en el menú, aunque el Xentes ya sea historia.