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La novia pelirroja que conquistó a Vogue

Rosa Estévez
rosa estévez VILAGARCÍA / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

MARTINA MISER

Una joven modelo vilagarciana se cuela, gracias a un reportaje nupcial, en la famosa revista

05 nov 2016 . Actualizado a las 13:28 h.

Se nota que está nerviosa. Lo dicen sus ojos, su sonrisa tímida y sus manos, que con su constante movimiento hacen añicos la imagen preconcebida con la que salimos de casa. Andrea, la modelo que ha logrado colarse en una publicación de la proyección de Vogue, es una joven que baila en el alambre de la veintena. Tiene un rostro de trazos delicados y un cabello del color del fuego. Tiene mil pecas pintadas sobre su piel, y un estilo depurado en la forma de vestir y de moverse. Y tiene, sobre todo, toda una vida por delante. Una vida llena de promesas que esta carrilexa sabe que no se debe creer a pies juntillas.

La historia de la joven modelo comienza con una niña a la que le apasionaba la moda y, en general, «todo lo relacionado con el diseño y la estética». Tal vez lleve ese amor en la sangre: sus abuelos, que estuvieron emigrados en Francia, estuvieron empleados en un taller de alta costura. «Mi abuela cosía; fue ella quien me hizo el traje de la primera comunión», cuenta Andrea.

Sus primeros pasos sobre una pasarela los dio en Vilagarcía, luciendo los modelos del comercio local para Zona Aberta. No fue hace mucho tiempo: apenas han pasado cuatro años desde aquella prueba iniciática a la que Andrea se enfrentó hecha un manojo de nervios, «pero con muchas ganas». Y mucha intuición. Sobre aquel recorrido alfombrado decidió Andrea que iba a intentar abrirse camino en el mundo de la moda. Y así, como quien no quiere la cosa, acabó en Vigo, en una escuela para modelos.

Llegaba, dice, llena de curiosidad y de ganas de aprender. «Allí te enseñan un poco de todo. Aprendes cómo posar, cómo andar por la pasarela, algo de fitness, de maquillaje, de nutrición...». Con esa frase nos abre la puerta al siempre complejo mundo de las modelos, la delgadez extrema, la anorexia... Andrea lo tiene claro. «A mí me gusta cuidarme, pero también soy de esas personas que gozan con la comida», dice. Que su familia tenga un restaurante en Carril, la tierra de las almejas y de la buena mesa, quizás tenga algo que ver en esa pasión reconocida por la gastronomía. Claro que ella siempre incluye en su menú vital una buena dosis de ejercicio.

«Es evidente que no puedes estar todo el día comiendo guarradas, pero tampoco puedes comer siempre ensaladas. Yo suelo variar. Tengo la suerte de que me encanta la verdura y la fruta. Y el marisquiño. Unas buenas almejas que no me las quiten».

En la escuela de Vigo, Andrea aprendió la importancia de caminar derecha y de no mirar al suelo. Luego, ya instalada en A Coruña, donde estudia diseño de interiores en la escuela Pablo Picasso, empezó a poner en práctica todo lo aprendido. Desfiló en varias ocasiones, posó para revistas locales y sirvió de modelo para la equipación del equipo español de tenis.

Y, de repente, Vogue. «Fue todo un poco por casualidad», explica Andrea. Un grupo de empresas, especializadas en dar a los reportajes de boda un aire especial, la ficharon para realizar un trabajo piloto. Una muestra con la que seducir tanto a los críticos del sector, como al público. Y así se vistió Andrea de blanco, y hasta se convirtió en protagonista de una película. No tuvo que desfilar, pero sí posar para el fotógrafo y bailar delante de una cámara de vídeo. «Nunca había hecho algo parecido, fue una experiencia fantástica», dice la joven carrilexa. ¿El resultado? Unas imágenes potentes y cargadas de poesía. Tanto, que los responsables de Vogue decidieron incluir el trabajo en su publicación digital.

La noticia cogió a Andrea por sorpresa. «Me dijeron que habían seleccionado el trabajo y fue muy emocionante. Pasar de las revistas del pueblo a Vogue es todo un cambio», reconoce. Y es que «no todos los días» tu imagen aparece bajo la cabecera de una publicación de moda tan prestigiosa como esta. De todas formas, la carrilexa con el pelo de fuego no despega los pies de la tierra. Sabe que su camino no ha hecho más que empezar.