
Ese helado tenía grandes ventajas; los profesionales arrancábamos su punta recubierta de chocolate de un bocado
01 jul 2020 . Actualizado a las 05:00 h.Ahora es algo muy habitual, pero antes los helados eran como las bicicletas, para el verano y gracias. Poder disfrutar de un helado suponía que algo bien, más bien muy bien, habías hecho. La colocación de los carritos de los helados en Vilagarcía era lo que inauguraba el estío arousano. Es probable que la memoria falle, pero guardo en la rutina el paso por el obrador de helados, y creo que turrones, que estaba en Matosinhos de camino al colegio. Colocaban uno de los puestos al lado del de las golosinas, que aún pervive, en la plaza de Galicia, con la extraordinaria variedad de seis sabores como mucho. El más habitual, 25 pesetas valía, era un minicucurucho de una galleta muy delgada, que ya era todo un lujo. Los de 50 pesetas eran demasiado grandes para un niño tan pequeño, o eso te decían: «No vas a ser capaz de acabarlo». Nunca pudimos comprobarlo. Así que entre un minicucurucho de galleta que a los dos segundos se doblaba y en la que entraba una bola del tamaño de una canica, y un Colajet, no había duda: ganaba el Colajet. El Colajet era el mejor helado. Tenía grandes ventajas. Hasta tres sabores. La punta recubierta de chocolate guardaba en su interior el primer toque de limón. Los profesionales la arrancábamos de un mordisco para avanzar cuanto antes a la parte central. No era esa la preferida; simplemente un impás entre la primera explosión del frío mezclado con el chocolate y el paraíso, pero era un trago que había que pasar hasta llegar al mejor de los territorios. El clímax llegaba en la parte de abajo, por supuesto. No había que tener prisa por devorarla, pero tampoco convenía descuidarse. A esas alturas de la operación, el frío comenzaba a desaparecer y algunas gotitas de color marrón acababan en el puño. Como se te ocurriera caer en la tentación y lanzarles la lengua podía acabar el resto del helado en el suelo. El mismo error que el ansia: un mordisco exagerado y la otra mitad al garete. Y cuando lo acababas, la posibilidad de que en el palo apareciera que te tocaba otro. El éxtasis. Nada comparable al Frigopie ni, por supuesto, al Drácula. El Colajet era el mejor.