Los vecinos de la aldea de Teixido viven con preocupación un verano de mascarillas y geles, con menos visitantes que otros años en julio pero más expuestos que nunca
19 jul 2020 . Actualizado a las 05:00 h.A Estrela, de Santiago, y Manuel, de Vilagarcía, de San Andrés de Teixido les ha impresionado el paisaje. «Estamos recorrendo toda a zona de cantís, por Loiba, Vixía Herbeira... Ese era o noso interese, non tanto o pobo, que é mono, pero non somos crentes», comentan. Sopla viento del este, el que menos le gusta a Isabel. Esta rosquillera veterana es la primera en recibir a quienes llegan, «poucos, en comparación con outros anos, un día paréceche que aínda tal, e ao seguinte vai a peor, está moi irregular».
En el puesto de esta cedeiresa hay gel hidroalcohólico y una banda de plástico para guardar las distancias. En otro han colocado mamparas. «Vén xente que te respecta e outra que pasa un pouco», dice Isabel. Basilisa Painceira, propietaria del bar Hermanos Bouza, solo pide que «isto se aguante, como haxa un contaxio vaise confinar a todo o mundo; a saúde é o principal».
No hay día sin romeros en San Andrés de Teixido, «pero este ano non son os romeiros que veñen de terra adentro en autobús, e non veñen os do tren [dos faros] de todos os sábados no verán», indican en la tienda Recuerdos El Santuario. «Hasta ahora hay menos gente, se notó el covid-19, muchos tienen miedo», sentencian. Lourdes y Ángel se detienen delante de un puesto de amuletos de miga de pan, fascinados por el colorido y las formas, pero sin ánimo de comprar. «É o que leva a maioría, e imáns, dedais e tazas, os souvenirs de todas partes», apunta el vendedor.
Basilisa solo pide que «isto aguante, se hai un contaxio vaise confinar a todo o mundo»
En los gustos no parece haber afectado la pandemia, que ha ocultado los rostros, «aínda que algúns parece que non se deron conta e din que lles quedou a máscara no coche ou que os molesta», ironiza una vecina. En la aldea se saben vulnerables -«por aquí pasa xente de todo o mundo, aínda que este ano sexan menos»-; perdieron la primavera, con la Semana Santa y los viajes del Imserso; y necesitan «recuperar algo, coma todo o mundo». Justo antes de que se decretara el estado de alarma, el 12 de marzo, recaló en el pueblo un autobús cargado de italianos. «Botamos quince días asustados».
Algunos han tardado en reactivar sus negocios. En la Tenda de Fina lo han reestructurado casi todo, a veces les cuesta evitar que entren más de tres personas a la vez, «aínda que tamén hai xente marabillosa que cumpre todas as medidas de seguridade», destaca Jorge Bellón. Abrieron el 23 de mayo, «máis que nada para ver como se ía movendo a xente».
Pese a las restricciones de movilidad de los últimos meses, por aquí han pasado texanos o uruguayos (vía Portugal). El cierre de A Mariña se notó (provocó la cancelación de una excursión de Mondariz), aunque algunos se lo saltaron. «Hubo catalanes, andaluces, madrileños...», dice una dependienta, preocupada, como todos, por la salud y por la economía. En las escaleras de acceso a la ermita se agolpan varias amigas, con las mascarillas debidamente puestas en los codos.
En las puertas del santuario esperan los botes de gel, el suelo está recién fregado y hay menos exvotos que otras veces. Quedan un barquito y una casa, algunas miniaturas y unos cuantos velones. Fuera, una señora sujeta una vela de color violeta, símbolo de protección. Las hay verdes, del trabajo; rojas, amor; o amarillas, dinero y éxito, y hasta de siete colores, equilibrio. Tres turistas de sesenta y muchos, a cara descubierta, buscan quien les cueza una caja de percebes. «Hanos de salvar San Andresiño», cuentan que dice el cura «don Antonio».