Queda inaugurado este cortacésped

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

Martina Miser

En Vilagarcía de Arousa, el césped del estadio de A Lomba es nuestro árbol de Guernica

13 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El Concello de Vilagarcía ha comprado un cortacésped para el estadio de A Lomba y lo ha entregado en un acto oficial, que es como si usted y yo compramos una minipímer y hacemos una inauguración en casa con invitaciones a los vecinos para probar la primera mayonesa batida por el flamante aparato. Claro está que una mayonesa es una salsa vulgar y corriente que no tiene sentido celebrar, pero la hierba de nuestro estadio forma parte de la selección de símbolos señeros del vilagarcianismo rampante.

El césped de A Lomba es nuestro árbol de Guernica, nuestro drago milenario, algo así como la encina en el escudo oficial de Extremadura, como la palmera que recibe a los forasteros que circulan paralelos al río del Con o como el ciprés de Silos, enhiesto surtidor de sombra y sueño, de Gerardo Diego.

Cuenta la leyenda que el 23 de junio de 1873 unos cuantos marinos ingleses jugaron al fútbol en un descampado de las traseras de la capilla de San Roque, en lo que se considera el primer partido de balompié celebrado en España, el césped futbolero es sacrosanto en Vilagarcía. 71 años después de aquel partido, un grupo de entusiastas vilagarcianos compró un sembrado de maíz a doña Desamparados Barrios por 6.000 pesetas. Era el año 1944 y, tras segar el millo, explanar y sembrar de césped, el campo de A Lomba quedó perfecto y se fundó el Arousa Sociedad Cultural un año después.

Es lógico que, tras tanto esfuerzo agrícola, el césped de A Lomba sea tan simbólico como el de Hyde Park y que la ciudadanía se desvele por su cuidado hasta límites extremos como demuestra este cortacésped entregado como si se botara un petrolero. Y más el año en que el club celebra una fase de ascenso. Recuerden que la última vez que el Arousa subió a Segunda B, se celebró en A Lomba un concierto de Celtas Cortos que tuvo a la opinión pública entretenida durante todo el verano porque los rockeros saltimbanquis dejaron el césped hecho un patatal con agujeros, restos de cristales en el área chica y restos de moqueta verde podrida en el área grande. «Los Celtas Cortos dejan huella», tituló La Voz aquel verano y desde entonces, nuestro césped sagrado ha sido motivo de controversia política y deportiva cada vez que una brizna de hierba sufría un contratiempo. Así que no es de extrañar este cortacésped entregado con emoción y polémica.

Cuando en una ciudad el mayor enredo es un cortacésped, quiere decir que las cosas funcionan medianamente y no hay mayores motivos para la gresca y la desazón. Además, en Vilagarcía, estas ceremonias protocolarias de inauguración, entrega solemne y apertura oficial son muy comentadas y provocan siempre chascarrillos, comentarios, dimes y diretes. Lo del cortacésped sería una señal de que empezamos a superar la angustia de la pandemia y volvemos a interesarnos por las cosas simples y los temas sin enjundia, pero con ribetes cómicos.

En Vilagarcía, cuando llega junio, suelen saltar las polémicas vacuas que animan las terrazas, las tardes playeras y los paseos al sol. Era por esta época cuando se inauguraba Fexdega y la solemnidad de aquel acto ocupaba muchas horas de conversación. No estrenábamos un cortacésped, pero en esencia se trataba de algo parecido, pero multiplicado por mil: coches, hornos de panadería, cuchillos multiusos, cosechadoras, tractores y también cortacéspedes.

Recuerdo la inauguración de 1985, cuando los fallos de protocolo dieron que hablar durante todo el verano. Tanto que, en la apertura del año siguiente, se cuidó más la ceremonia que la esencia de la feria y cuando llegaron las autoridades, se encontraron con una tropa de 20 azafatas perfectamente uniformadas rindiendo honores cual unidad castrense impasible el ademán y un comité ejecutivo trajeado, con acreditación en el pecho y haciendo pasillo de honor a los mandamases. Fue un ejercicio de machismo, ellas azafatas y ellos ejecutivos, aunque en aquel momento nadie lo entendió así, sino como un reconocimiento de que en Vilagarcía se sabía inaugurar con elegancia y prosopopeya. Hubo incluso visita ministerial a cargo de Abel Caballero, que también se quedó pasmado ante tanto despliegue en la recepción protocolaria.

Y es que las inauguraciones, sea de un cortacésped, sea de una feria de muestras, siempre han dado mucho juego en Vilagarcía. Cómo olvidar las inauguraciones a las que asistía Celso Callón en los años 90, a la sazón presidente de la Autoridad Portuaria de Vilagarcía, entonces una especie de alcalde bis de la ciudad y capaz de protagonizar sin pretenderlo cualquier acto trascendente. La gracia de aquel presidente, que dio un vuelco al puerto vilagarciano en los 13 años de su mandato, es que aparecía en las inauguraciones sin importarle demasiado el protocolo e introduciendo una nota de naturalidad inolvidable. Cómo no recordar la comentada puesta de largo oficial de la bandera azul de la playa de Vilagarcía. Era el primer izado de la ecológica enseña y todas las autoridades vestían ternos oscuros en una playa soleada hasta que llegó Celso con un polo fresquito y lógico y una iguana doméstica que hizo exclamar a los estirados que aquello parecía un puerto sudamericano, mientras el pueblo llano disfrutaba tanto con aquella escena como con esta polémica actual, en la que se mezclan un cortacésped, una fase de ascenso y una hierba sagrada.