Ruano y su castañera, Vicent y los toros y Garrido y el marisco son síntomas de cambio de estación
11 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Cada noviembre, César González Ruano escribía un artículo sobre la castañera del parque madrileño del Retiro. Era un artículo reiterativo sobre un no tema: una señora que asaba y vendía castañas en un parque se convertía en trasunto del otoño. Antes, en mayo, por San Isidro, Manuel Vicent escribe un artículo contra las corridas de toros y al leerlo, nos percatamos de que estamos en primavera, media España se dispone a disfrutar de tardes de moscas, sol y chicuelinas mientras la otra media España se indigna ante la barbaridad. En Arousa, al llegar diciembre, Antonio Garrido publica su información anual sobre la compra, cocción y congelación del marisco y esa crónica costumbrista de periodismo de servicio es premonitoria: ya está ahí la Navidad. Porque es salir el artículo del marisco y las noticias locales de La Voz se llenan de luces de colores, nacimientos con lampreas, vándalos que atacan a los renos de mentira y campañas para que compremos en los comercios de verdad, los nuestros, no los virtuales que quedan más lejos incluso que Papá Noel y los Reyes Magos.
Acaba el puente de la Constitución y la Inmaculada y el cuerpo se nos ha puesto tan de fiesta que es imposible pararlo. En la fábrica, el instituto y la oficina reina una algarabía singular porque hay cena de empresa y, sin saber por qué, el cuerpo se nos alborota y la dopamina se desborda sin que nosotros se lo pidamos ni la forcemos.
Tiempo de compras y de propósitos incumplidos. Todos los años, juramos que el siguiente, en Navidad, comeremos platos sencillos, comida nuestra, tradición gastronómica y nada de foie ni jamón ibérico de bellota. El retorno de la coliflor y la faneca… Pero no, imposible… Nos pasa como a aquel hostelero que tenía una casa de comidas con un cartel en la puerta que rezaba: «Casa Fernández, menú de obrero». Sacamos una foto del cartel en La Voz de Galicia para ilustrar un reportaje sobre menús del día y el hombre se enfadó y amenazó con querellarse. Lo tranquilicé explicándole mis buenas intenciones y se calmó, pero cambió el cartel por otro donde se podía leer: «Restaurante Fernández, especialidad en pizzas, cigalas y lubina». Lo de Fernández se repite cada Navidad en nuestras casas: sustituimos el menú tradicional por el foie d'oie, el salmón ahumado y el langostino tigre. Como Fernández, valoramos más lo caro, ajeno y lejano que lo nuestro y sabroso.
Antes de que Garrido fuera nuestro Ruano y nuestro Vicent, yo tenía a Eduardo, mi pescadero vilagarciano de cabecera, que se surtía en las lonjas de Vilaxoán, Vigo y Burela y me daba consejos navideños: «No compres con antelación centollas para congelar, pero sí cigalas y camarones, que congelarás cocidos, y vieiras, que congelarás en vivo. El buey puede aguantar unos días en el congelador y de la lubina, te digo un truco: parece mejor la de la ría, pero es preferible la de hatchery (piscifactoría) porque a la de la ría le estallan las vísceras en cuanto pasa un día, mientras que las criadas en cautividad son muy buenas y las vísceras resisten».
Otro buen consejo, este comercial, es comprar en las tiendas de Vilagarcía, Cambados, O Grove, Vilanova… De todas las campañas que se han hecho para animarnos a comprar en casa, la mejor, sin duda, fue la de la Navidad de 1999-2000, que se basaba en dos grandes vallas en las que se veía al actor vilagarciano Manuel Millán. Una estaba orientada hacia los conductores que salían de Vilagarcía para comprar fuera de aquí y les decía: «Pero… Onde vas!?»; la otra recibía a los compradores al volver a casa cargados de bolsas diciéndoles con cara de regañina: «A saber de onde vés…».
Muchos hacíamos caso a ese cartel, pero cometíamos nuestros pecadillos. Mi compañero Nicolás compraba el cava en San Sadurní d'Anoia por palés, aquí, al fin y al cabo, no se elaboraba todavía, y un servidor compraba los embutidos ibéricos en Extremadura, pero me surtía en Hermanos Galea, un matadero y secadero de jamones de Monroy (Cáceres) cuyo dueño, Francisco Galea, era también propietario de dos solares en Vilagarcía, situados en lo alto de Os Duráns, uno junto al edificio Trébol y el otro, junto a la tapicería de toda la vida. Estos terrenos eran fruto de un intercambio con el interventor municipal de Cáceres, que era gallego, se apellidaba Fontenla, quería una finquita en la zona de Monroy y Francisco Galea le cambió un terrenito suyo por los solares vilagarcianos.
Preparativos navideños y cenas del grupo ciclista, del grupo micológico, del grupo de fútbol, de lectura, de piscina, de gimnasio, de dominó… Y tras la cena, nos vemos en los bares, como hace la buena gente. Hace años, durante una campaña electoral, un paisano de Guillán me dijo: «No se fíe usted de los políticos que no beben vino». Sin ser poeta ni francés, el paisano había llegado a la misma conclusión que Baudelaire: «Un hombre que no bebe más que agua tiene un secreto que ocultar a sus semejantes». Así que disfrutemos de la prenavidad y hagamos caso a Cicerón: «Edamus, bibamus, gaudeamus: post mortem nulla voluptas», o sea: «Comamos, bebamos y gocemos porque tras la muerte no habrá ningún placer».