Periódicos que informan de la viña y la almeja, de trenes que llegan y barcos que zarpan
10 sep 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Los periódicos de tierra adentro tienen una desventaja frente a los que se escriben a la orilla del mar: pueden contar la mitad de noticias. Es una obviedad, incluso una tontería, pero para un periodista o un colaborador, trabajar en un periódico de interior supone eliminar de su campo de observación, acción y análisis un espacio tan intenso y rico como el mar.
Esta apreciación se puede hacer extensiva a los poetas y los escritores en general pues el mar, como saben, es un no lugar, un espacio evocador, lírico e inspirador que permite divagar, dejarse llevar por las ensoñaciones y encontrar metáforas y símiles con pasmosa facilidad.
Si se fijan, lo escrito hasta ahora no deja de ser una suerte de divagación imposible de hacer tierra adentro, pero natural e instantánea a la orilla del mar, fuente de inspiración, de noticias, de endecasílabos… Escribir en Vilagarcía permite contar historias de la tierra y de la ría, informar sobre la vendimia y sobre la campaña de la almeja, en torno al turismo de playa y al turismo rural, alrededor de la aparición del lobo en O Castrove y del delfín en el puerto de Vilagarcía. Pero si escribes en Albacete, has de reducir el campo informativo a la mitad.
Cuando llegué a Arousa, lo que más me gustaba de los periódicos era la página marítima. Cada día, devoraba la relación de barcos mercantes que zarpaban y amarraban en el puerto de Vilagarcía, me fijaba en sus nombres, me detenía en su carga, me sorprendía que fueran soviéticos y desplegaran la bandera de la URSS, que era anatema en el resto de España, pero habitual aquí. Acostumbrado a los horarios de trenes, misas y autobuses, conocer el movimiento diario de barcos me parecía una suerte de aventura cotidiana, una novelería diaria, una emoción inesperada. ¡Y qué majestuosa la partida de los mercantes surcando las aguas interiores del puerto, zarpando hacia mares lejanos, perdiéndose en un océano infinito e imprevisible!
No hay color: entre un periódico marítimo y otro de secano, siempre preferiré el diario que cuente el horario de las mareas, los precios de la lonja, el movimiento portuario… Y esta semana, con ese golfiño que le ha cogido gusto a las aguas del puerto vilagarciano, convirtiéndolo en un acuario gratuito, ha sido tan entretenida que La Voz parecía uno de aquellos álbumes de Fauna o un fotograma de Flipper, famoso delfín de la tele en blanco y negro.
Los arroaces han sido desde siempre habituales en nuestra ría. Basta acercarse a la punta del puerto y prestar algo de atención en las mañanas soleadas para distinguirlos a lo lejos, pegando saltos que se antojan de felicidad. Y todo gratis. Recuerdo haber pagado en Madeira una pasta para viajar en un catamarán lleno a rebosar para ver unos delfines saltando.
Hablando de saltos felices y para que entiendan la diferencia entre un periódico con mar y otro sin él, recuerdo que una vez, haciendo un reportaje en la central nuclear de Almaraz, llamó la atención comprobar cómo saltaban barbos y blak-blass en el río Tajo, cerca de donde la central vertía el agua que refrigeraba los reactores. Los responsables de comunicación de la central explicaban que saltaban de felicidad. Evidentemente, pegaban saltos como endemoniados porque el agua del Tajo en aquella zona ardía y no la resistían.
Pero no solo de delfines felices vive la ría, también el mar es fuente de noticias luctuosas y sucesos desgraciados. Últimamente, los accidentes en la ría de Arousa son frecuentes y preocupantes. Es evidente que navegar por la ría no es como divertirse en una pista de coches de choque. Hay que tener precaución y cualquier despiste puede provocar un incidente.
Excepto un par de veces que me han llevado en una lancha motorizada, siempre que he navegado en la ría ha sido a vela, que es la más bella manera de relacionarse con el mar que conozco. Silencio, el viento como motor, la estela del agua herida por la proa de la embarcación, armonía…
Solo concibo una manera de navegar placenteramente a motor: cuando se hace para viajar porque no hay otro remedio. Aquellas motoras que iban a A Illa de Arousa con su carga de cestas de fruta y paquetes, los viajeros que volvían del médico o del instituto, los tríos arbitrales que iban a pitar los partidos del Céltiga y que procuraban contemporizar porque tras un penalti injusto había poca escapatoria. La primera ve que supe de la existencia de A Illa de Arousa fue por un reportaje en un suplemento semanal sobre árbitros perseguidos: contaba el caso de uno que estuvo a punto de ir al agua en una isla de la ría de Arousa mientras esperaba la motora. La afición local lo acosaba en el muelle de Xufre tras una actuación discutible y una derrota a domicilio.
Ahora hay barcos que pasean a los turistas, les muestran los fondos marinos y los invitan a mejillones y albariño. Están bien, son entretenidos y necesarios, pero lo turístico agobia por artificioso y frío. Esa navegación no evoca, no emociona, no es natural. Sea como fuere, con metáforas sugerentes o con tópicos recurrentes, lo cierto es que escribir en un periódico con mar es una suerte, un placer y un privilegio.