Cuatro décadas de húmedos delirios

Antonio Garrido Viñas
antonio garrido VILAGARCÍA / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

Martina Miser

A pesar de que hay dudas sobre la fecha exacta, existe cierto consenso en que fue a mediados de los 80 cuando se instauró la Festa da Auga de Vilagarcía; furtiva en sus inicios y regularizada en los 90

07 ago 2024 . Actualizado a las 11:28 h.

No está muy claro cuando cayó el primer cubo de agua desde un balcón. Hay quien lleva la génesis hasta 1978, pero existe cierto consenso en que fue a mediados de los 80, probablemente en 1984, cuando la Festa da Auga verdaderamente se instauró en Vilagarcía. Como todas las cosas que finalmente triunfan, más de uno reclama la paternidad de la criatura que, en todo caso, fue llevada en volandas por la ciudadanía desde el furtivismo hasta el reconocimiento oficial. Aquellos primeros años fueron salvajes. La plaza de España, desde donde sale la imagen de San Roque, se convertía en un pequeño Woodstock con el barro por enseña, y en un lugar de Caza al seco. Nadie estaba libre de acabar en esa fuente, en la de la plaza de Galicia o en la de A Independencia. La húmeda celebración todavía no había traspasado las fronteras de O Rial o de Bamio, pero poco a poco la idea comenzó a calar.

Arrancaron también los excesos: una policía presentó una denuncia por agresión a la autoridad y abusos deshonestos y cuenta la leyenda urbana que incluso también una monja acabó en una fuente, con lo que el Concello quiso meter la fiesta en cintura o, directamente, amagó incluso con prohibirla. Era imposible. El revuelo que se montó fue de tal calado que el concejal de Cultura que se atrevió a lanzar esa posibilidad, el ya fallecido Daniel Garrido, tuvo que matizar sus palabras al día siguiente. Era 1989 y solo dos años más tarde se le dio la vuelta a la tortilla y Ravella se subió al barco para intentar regularizar una ola que se había convertido en un tsunami. «Empaparse no es pecado», titulaba La Voz. Había dos premisas claras: máximo respeto para los actos religiosos e intento de canalización de una fiesta caracterizada por la espontaneidad.

Corría el año 1991 y para entonces, la Festa da Auga ya se había extendido a la noche anterior. En la mítica discoteca Kavila aparecían las mangueras a partir de las siete de la mañana y la fiesta se estiraba hasta el inicio oficial. Todavía reinaba la costumbre del inefable chapuzón en el muelle de Pasajeros y el húmedo delirio comenzaba a alargarse ya hasta buena parte de la tarde. Lo de las camisetas estaba a punto de llegar y los móviles, afortunadamente, aún no existían, con lo que las escenas, que las había de todo tipo, se guardaban en la memoria y no en la nube, que es mucho más traicionera. Tampoco había bazares chinos, y sin ellos tampoco pistolas de agua, por lo que las mojaduras llegaban a calderazos. Se perimetró una zona húmeda, por la que si alguna persona seca pasaba caminando sin miedo a mojarse era bajo su responsabilidad y se colocó una llamativa señal en la plaza de España en la que se pedía que se respetara la tranquilidad de los peces que nadaban en ella, que estaban desovando. La idea inicial era sacarlos antes de que tuvieran descendencia, pero se llegó tarde y la solución provisional fue colocar una rejilla. Con el tiempo desaparecieron los peces y hasta el agua de las fuentes, una medida que implementó el Concello pocos años después para evitar destrozos en las pilas.

La fiesta siguió fluyendo, creciendo. La fórmula del pregonero sobre la grúa se mantuvo, Renfe comenzó a ampliar el número de plazas en sus trenes los días 15 y 16 de agosto y la noche anterior pasó a tener tanto protagonismo, o más, que el propio día. En el 2004 se creó el espectáculo Aqua Parade, organizado por los pubs de la zona TIR, que atrae cada 15 de agosto a Vilagarcía a miles de jóvenes. Que conste que lo del despiporre de la zona TIR con sus gogós, su música y sus plataformas ya lo había hecho José Manuel Pérez Vallejo tres años antes, con una parade en O Cavadelo en la que hubo hasta un lucifer. Montse Carneiro que tuvo una noche, y parte del día, de completa iniciación sobre lo que la fiesta es lo explicó en una maravillosa crónica publicada en La Voz. Ella, tras su amanecer en una cripta ahora cerrada, entonces se preguntaba por qué el perro de San Roque no tiene rabo, y los demás, qué demonios era el Lughnasad. Lo de la cripta ya no tiene remedio, y para lo otro siempre nos quedará la Wikipedia, que entonces o no existía o estaba en pañales.

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Lo que en principio fueron tres camiones de bomberos se convirtieron en innumerables puestos, con mangueras utilizando las bocas de riego, pero la costumbre de lanzar los calderos de agua desde los balcones, sobre todo en la zona más próxima al barrio de San Roque se mantuvo. Aparecieron las barras exteriores, y la música, con potentes altavoces, tomó las calles más céntricas. Siguieron también los bombos, irreductibles como los calderazos de agua y surgió incluso algún desencuentro entre la comisión que organiza la Festa da Auga y el Concello.

Todo siguió su curso hasta que llegó la pandemia y mandó parar. Ni en el año 2020 ni en el 2021 hubo Festa da Auga y cuando regresó lo hizo con cambios. Ravella decidió prescindir de las mangueras, algo que tenía como único precedente el 2006, el año en el que los incendios arrasaron Galicia, en una decisión que mantiene desde entonces. Pero la juerga aguanta.