Piedras del tropiezo para honrar a cinco víctimas de los peores campos de concentración del nazismo

Serxio González Souto
serxio gonzález VILAGARCÍA / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

Cedida

Vilagarcía colocará varias «Stolperstein» para recordar a cinco republicanos que fueron deportados e internados en Mauthausen, Gusen y Buchenwald. Solo uno de ello sobrevivió

31 oct 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

En los años 90 del siglo pasado, el artista alemán Gunter Demnig ideó una forma de homenaje a las víctimas del nazismo que décadas más tarde se convertiría en el mayor monumento descentralizado del mundo. Se trata de las Stolperstein, las piedras del tropiezo. Una suerte de adoquines de diez centímetros de lado que en su parte superior portan una tapa de latón que explica que en el lugar en el que se colocan vivieron las personas aplastadas por el totalitarismo hitleriano cuya memoria se quiere honrar. Presentes en una veintena de países diferentes a lo largo y ancho del planeta, Vilagarcía se sumará en breve a la nómina de enclaves en los que tropezar contra la desmemoria para recordar a cinco vecinos del municipio arousano que fueron internados en algunos de los más siniestros campos de concentración a raíz de su pertenencia al bando derrotado en la Guerra Civil española. A excepción de uno de ellos, el resto murieron asesinados sin haber recobrado la libertad.

Los cuatro hombres que perecieron a manos de los nazis lo hicieron en Gusen, un campo asociado al complejo de Mauthausen, del que distaba apenas cinco kilómetros, en Austria. Ramón Diz Rivas había nacido en Vilaxoán en 1897. Fue deportado a Mauthausen en 1940 y asesinado en enero de 1944 en Gusen, a los 47 años de edad. José García Rodríguez era de Carril, donde nació en 1914. También fue internado en Mauthausen para fallecer en 1941 con tan solo 27 años. Antonio Quintáns Romero contaba con 33 años cuando perdió la vida, en el mismo campo, en marzo de 1942. Había nacido en Carril en 1909. Francisco Varela Loureiro, de Vilagarcía, fue deportado en primer lugar a Angulema, en Francia, para terminar también en Gusen, donde fue asesinado en abril de 1941.

Con cincuenta subcampos, el complejo de Mauthausen fue uno de los mayores recintos de prisioneros y aniquilación empleados por los nazis, cuyos ocupantes fueron empleados como mano de obra esclava. El eje principal, del que formaba parte Gusen, fue el único de Europa destinado a los denominados enemigos incorregibles del Reich. Algo que en la práctica lo convirtió en el más duro de todos ellos. Los cálculos más generosos cifran en unas 122.000 las personas que encontraron allí la muerte. Algunas fuentes elevan esta cifra por encima de las 300.000 víctimas mortales.

El nombre de Angulema, la población francesa en la que acabó Francisco Varela, está unido indisolublemente a la infamia. Conducidos a su estación por policía galos y soldados alemanes en 1941, un millar de republicanos españoles, hombres, mujeres y niños, fueron encerrados en vagones de ganado para ser conducidos a Mauthausen.

El único superviviente de este grupo de republicanos arousanos fue Antonio Lamas Jueguen. Nacido en Vilaxoán en 1912, escapó a Francia en 1939, con la Guerra Civil perdida. Allí fue capturado para ser deportado al campo de Buchenwald en 1944, donde fue liberado un año más tarde, en abril de 1945. Falleció en Sète, en Francia, en 1989, a los 77 años. En el recinto no llegaron a funcionar las abominables cámaras de gas, pero el número de asesinatos que se perpetró entre sus muros pudo superar los cincuenta mil.

Las Stolperstein que honrarán la memoria de los cinco se instalarán en la plaza de A Liberdade, en Carril, en la de Rafael Pazos, en Vilaxoán, y en la intersección de las calles Valentín Viqueira y Rey Daviña, en Vilagarcía. Los familiares con los que el Concello ha podido contactar conocen ya la intención del equipo de Alberto Varela, que se materializará en cuanto concluya el proceso de compra de las piedras. El diseño de Demnig busca que cada una de las piezas sobresalga ligeramente del suelo, obligando al caminante a prestar atención. Hay causas por las que merece la pena tropezar una y mil veces.