Contra la crispación, TardeBuena

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

monica irago

El rey pedía consenso mientras Vilagarcía pactaba bailando con langostinos y villancicos

29 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

TardeBuena y la TardeVieja… Vilagarcía fue pionera en descolocarnos cuando decidimos celebrar la Nochevieja a las doce de la mañana. Tras esa heterodoxia, todo es posible. Aunque lo de romper moldes en las fiestas sagradas y quebrar las tradiciones más acrisoladas ya empezó hace 40 años, cuando se nos ocurrió arrojar agua a los fieles de San Roque mientras regresaban al centro de la ciudad tras dejar al santo en su parroquia.

No hace tanto, estas fiestas navideñas tenían fundamentalmente un carácter familiar. Se respetaban las costumbres domésticas y en cada casa se cenaba lo que mandaban los cánones, ya fueran fanecas, ya fuera coliflor o gallo de corral. Pero empezamos a servir en Nochebuena langostinos de Castilla y perdimos el norte. Los langostinos son muy socorridos, pero se trata de una especie invasora que desnaturalizó la Navidad y ya no hay remedio. La ría de Arousa no es mar de langostinos y Burgos, menos, pero da igual. Es la encomienda más sencilla de estas fechas. Basta levantar la mano en las reuniones previas de programación gastronómica: «Yo me encargo de los langostinos». Después, compras unos langostinos de Castilla y nadie rechista porque de albariño y nécoras entendemos todos, pero a ver quién distingue un langostino salvaje y rayado de Vinaroz de otro de Burgos, donde cuecen, congelan y comercializan 15 millones de kilos cada año, tienen un precio estupendo y con dos salsas entran igual que los frescos de Sanlúcar. Y, reconozcámoslo, los debates prenavideños están llenos de buenos propósitos gastronómicos por culpa de Master Chef: «Podríamos preparar unas gyozas de pularda con salsa teriyaki», pero acabamos comiendo langostinos a secas, con dos salsas o, lo peor, inspirándonos en Perico Chicote, coctelero del régimen de Franco, rey de la salsa rosa y primer español que preparó un langostinos-cocktail allá por 1928.

A tanto llega la cosa que mis antiguos alumnos, a quienes tanto quiero, de los que me enorgullezco y nunca olvido (un alumno lo es para toda la vida), caso de Rafa Barreiro, organizan desde hace 25 años, en el pub La Bolsa, una fiesta con «villancicos y langostinos para todos» que es un éxito y este año, en TardeBuena, celebraron un concierto, que he disfrutado en Facebook, con The Preachers of Rock&Roll, «la mítica pareja que formaron hace muchos años Pablo Pérez y Gonzalo Arca y que han decidido reunirse de nuevo para hacer unos bolos invernales», según explicaba Antonio Garrido en una de sus crónicas navideñas.

Los cambios empezaron por la cocina, con langostinos primero y, más tarde, a rebufo de Master Chef, esos tartares, tatakis, carpaccios, tempuras, sashimis, hosmakis, futomakis, nigiris, makis y temakis que tanto daño han hecho al convertir a los larpeiros de toda la vida en ridículos foodies. El escritor Marcel Proust probó una magdalena en casa de su tía en Combray, se le vino la infancia a la memoria y escribió: «Cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran y soportan el edificio enorme del recuerdo». Tras una gyoza, tu mente se queda en blanco. Tras un asado de «galo de corral» de Meis, lloras.

Los cambios empezaron por la cocina y han acabado en este frenesí festivo que nos empuja a celebrar la Navidad ya a finales de noviembre. Un rosario de cenas y comidas de empresa, de grupo de zumba, de clase de gimnasia, de peña de la bonoloto, de equipo de futbito, de amigos y amigas de la infancia, de la adolescencia, del colegio, del instituto, de la universidad… Y así, sin parar, llegamos a la TardeBuena, que es el último invento del ardor fiestero y callejero, de este ansia por divertirse que es un termómetro social y político de primera categoría.

Nos pasamos la vida corriendo y festejando. No hay fin de semana sin maratón solidario ni mes sin festejo multitudinario. Las carreras son para el otoño y la primavera y las fiestas para el invierno y el verano. Y estos días, la apoteosis, un paroxismo de TardeBuena y Nochebuena, Navidad, Campanadas de Mediodía y Campanadas de Medianoche, TardeVieja, Nochevieja, Año Nuevo y Reyes, con esa noche previa, tras la cabalgata, en la que llenamos con niños y nietos los restaurantes chinos, y la mañana siguiente, de casa en casa, recopilando tal cantidad de regalos que los niños no dan abasto, se cansan de los juguetes antes de volver al cole y los trasteros revientan llenos de Furbys, Bizzy Balls, Biztee Magicals, Ivtivfus voladoras y chimpancés Lola.

El rey Felipe VI ha pedido consenso y sosiego, que reine la paz y sea destronada la crispación. El PSOE y el PP están de acuerdo, aunque no se dan por aludidos. Y nosotros, de TardeBuena mientras hablaba el rey, o sea, siguiendo sus consejos y haciéndole un corte de mangas a la confrontación, acordando y aviniéndonos con rock, langostinos y villancicos en La Bolsa. Revisen su teléfono. Seguro que tienen un fake christmas en el que aparecen Sánchez y Feijóo ataviados con jerséis navideños y abrazados. La gente huye del guerracivilismo y opta por el cachondeo, la TardeBuena y la TardeVieja.