El convento de San Francisco, en Louro, Muros, dicen que nació como eremitorio en el XIII o XIV y que se hizo convento en el XV. Se ven desperdigados por el monasterio testimonios románicos. Sobre uno de los tejados del claustro alzaron un reloj de sol que me parece del XVIII. Es casi circular, de traza sobria, elemental y carece del estilo que señala las horas y de los guarismos devorados por los meteoros. En un convento nada debe faltarle a un reloj de sol, incluso debe tener grabado en latín algún pensamiento como Tempos fugit , o el clásico Mors certa, sed hora incerta , lo que traducido dice: «Tiempo fugitivo» y «Muerte cierta, hora incierta». Pero el reloj de sol de San Francisco no tiene, como dije, ni estilo ni horas. Así, mudo, podría expresar: «Todo tiempo acaba en el silencio». Meditación ¿Será cierto, pues, que el mejor destino de un reloj de sol, alzado en un convento, es el silencio? Por aquí han pasado muchos monjes también meditando el tiempo y también la eternidad. Se me ocurre dibujar el reloj y ofrecerlo en esta ventana de Piedras Ilustres como una ilustre piedra barroca. El paisaje de la ría de Muros, en cuya orilla está el convento, da para toda contemplación, oración, meditación y olvido; por eso hoy el convento se ha convertido en parador rural para que los turistas miren el reloj y al verlo sin estilo y sin números digan: «¿Y para qué está ahí ese pedazo de piedra?». ¿Convendría ponerle nariz al reloj y guarismos para que los transeúntes no se cabreen? Dejemos que la historia, los siglo y los meteoros cumplan sus fines y guardemos nuestras voluntades para oír tórtolas y jugar al tresillo. ¿Quién iba a decirle a los monjes penitentes y a los vecinos creyentes de Louro que por las celdas y claustros del convento de San Francisco se iba a oír de todo menos padrenuestros y versículos?