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La lamprea reina en A Pobra

Ramón Ares Noal
X. Noal RIBEIRA

BARBANZA

CARMELA QUEIJEIRO

Miguel Losada ha hecho de su local la meca de los aficionados a la carne del milenario y extraño pez que fue manjar de césares y su degustación es hoy todo un rito culinario

08 mar 2003 . Actualizado a las 06:00 h.

Los entendidos dicen que o te gusta con locura o lo aborreces con semejante intensidad «La cocina no tiene secretos. La cuestión es comprar buenos productos frescos y en su temporada» Miguelón anda estos días que no para. Los encargos de lamprea le llueven de todos los rincones de Galicia Miguel Losada, popularmente conocido como Miguelón, ha creado en A Pobra un reinado, el de la lamprea. Su restaurante, el Don Miguel, se ha convertido en los últimos años en la meca de los aficionados a la carne del milenario y extraño pez. Un plato del que los entendidos dicen que o te gusta con locura o lo aborreces con semejante intensidad, pero no ha lugar a sensaciones intermedias. Anda estos días Miguelón que no para. Los encargos le llueven de todos lados. Y él, venga que te venga, teléfono en ristre y comunicación con el proveedor. Con su voz desgarrada dice:-Oye, para mañana mándame cinco bichos nadando en su salsa...Y va, y llegan del río a la mesa, pero antes pasan por los fogones donde le aplican la secreta receta para regusto de los lampreeiros que se sientan alrededor de una mesa haciendo de la comida un rito sagrado, sólo a la altura de los dioses que saben paladear lo que es bueno.Cuentan que fue manjar de césares, y uno, cuando baja los bocados por primera vez, palía la desconfianza del disgusto por un alimento desconocido, con la sensación de estar viviendo una pantagruélica comida de aquellos romanos, y no lo digo por la abundancia, sino por el extraño sabor, que tan pronto parece exquisito como una áspera ingestión de aquel aceite de ricino que empleaban nuestra abuelas como purga salvadora.Los que entienden de lampreas y lampreadas no tienen duda. Miguelón ha dado a su receta un toque de distinción tal que ninguno sale del restaurante como entró. Y es que el pescado éste se las trae, ni siquiera se brinda a una buena presentación. Por eso el ingenuo que lo desconoce sufre de repente una crisis de cobardía cuando le plantan delante como un enorme donuts de chocolate, hirviendo en su salsa. Mitiga la debilidad de lo que entra por sus ojos dándole al acompañamiento: pan tostado y arroz en blanco que, mezclado con la salsa, adquiere sabores sublimes para el paladar. Sincero y modesto Miguel Losada, sincero como vino al mundo y modesto como pocos restauradores de la new wave , no hace más que indicar a los comensales que la lamprea es como el arroz, hay que comerla nada más salir de los fogones, por eso refunfuña cuando el cliente llega tarde, y peor aún si, después de tan alimenticio rito, queda un torito en la gran cazuela de barro. El profesional se sienta a hablar con el periodista, apunta y dispara:-La cocina no tiene secretos. La cuestión es comprar buen producto, fresco y en su temporada. Le echas buen aceite de oliva y condimentos de primera calidad, y todo sale a pedir de boca.Puede que tenga razón. Ya ha convencido a muchos que llegan a la villa donde Valle-Inclán refugió sus malas pulgas e hizo arte del negro sobre blanco. El mejor testimonio son las robustas paredes de piedra que sustentan el Don Miguel. No es que hablen (o sí), sino porque de ellas cuelgan muchos cuadros de famosos y famosillos, políticos y amigos del Miguelón, con una pata de cordero de las que hacen afición o simplemente departiendo con el jefe .El restaurador, desvelado el secreto de su éxito, no esconde otra clave, que es ir en busca del producto allí donde mejor se hace. No duda en coger el coche y dirigirse a la ancha Castilla en busca del mejor lechazo, o en acudir a los avezados valeiros -pescadores de lamprea- para poner sobre la mesa las piezas más apetitosas, que llegan a las puertas del Don Miguel coleando en su propia sangre, cosa que, según explica, es fundamental para que la receta esté de rechupete.Hace unos días se notaba en el local algo extraño. El enorme jabalí, en su sitio y con sus ojos clavados en el infinito... ¡Ah! Un nuevo cuadro de Valle-Inclán, don Ramón en una foto hasta ahora desconocida. Ocupa el espacio del de Aznar. Miguelón lo mandó a la guerra de Iraq.