El árbol de la semana prolongó una rama para sostener el sagrado día de las Letras Galegas, dio fruto en emociones encadenadas. La primavera pareció al fin venir para quedarse mientras el Barça arribaba a la playa de la Barceloneta en su nave fenicia dejando por la popa al «irreal» Madrid que, premonitoriamente, vistió de negro azabache en Málaga. Unos ríen, otros lloran. Me presenté a un concurso de poesía y no llegué ni al accésit. Estoy haciendo una travesía del desierto que espero me conduzca al oasis donde duermen todas las rimas. Tal vez lo que sucede es que me tiembla el pulso cuando afronto el verso y mis manos ya no siguen los impulsos de mi desmayado corazón. ¡A quién se le ocurre! Versos de amor a estas alturas de mi vida.
Sin embargo, he leído con frecuencia poesía maravillosa liberada del alma de ancianos y volcada sobre el papel con la inocencia de un niño ignorante de la fragilidad de su vida. Más emociones. Eva Veiga, Eva Veiga es una poeta carnal y sensible como una gata de Angora. Mueve su cuerpo lene con la quietud animada con que la brisa flagela las velas marineras. Y arranca del fondo de su espíritu incontestable los versos de Novoneira de tal modo que, si cierras los ojos, asciendes al Courel: «Volta a Doncos i ó Cebreiro./ Coma polacos pousados/ as pallozas i os lousados/ aló no alto cimeiro». Así declama entre dos músicos, una crucifixión lírica, Eva a Novoneira, arrancando la voz y el mito de las entrañas que se resisten a ser exprimidas por el amor de los versos. «Do Courel a Lugo. De Lugo ó Courel. De Santiago a Lugo ¿ía ou volvía?/ De Santiago a Lestrove e volta a el/ pola veiga llana de Rosalía». Fue una noche de viernes honrada y honrosa para los que estuvimos en la montaña cerca de la constelación de Andrómeda que nos mostró Eva Veiga.
Más emociones. El domingo un grupo de resistentes rodeamos el perfil de Avilés de Taramancos y de María Mariño e hicimos que sobre ellos llovieran las flores de la vida que hoy, estática, bulle en su Alameda. El sol descansó un momento al pie de las estatuas y luego tocó a rebato invitando a la marea que al siguiente día se tragó Compostela por el dolor del idioma en peligro.
Ese domingo, Francisco Olveira nos anunció en este periódico el pentagrama de su vida asida al clarinete y a la azada en la banda de música de Caamaño y entonces comprendí que mis quejas eran poco nobles. Recordé lo que en El Quijote dejó escrito don Miguel: Paciencia y barajar. Así sea.