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Carta a los Reyes

Juan Ordóñez Buela

BARBANZA

05 ene 2011 . Actualizado a las 02:00 h.

Un lector de La Voz me pregunta qué le he pedido a los Reyes. Le ruego que me excuse, porque la respuesta no es nada interesante: no les he pedido nada. Hace ya muchos años que no les envío carta alguna, sencillamente porque no sabría qué pedirles. De pequeño, en mi Asados, les escribía. Mis padres me autorizaban a pedir tres cosas. Llegado el día, veía que me habían dejado un par más. No me traían grandes regalos: un juego de construcción, lápices de colores y silabarios para ir a la escuela del señor Saborido. No había juguetes electrónicos, ni móviles, la nuestra fue una generación perdida.

Ya más mayor, no he sabido nunca qué pedir a los Reyes. Soy poco caprichoso. Me ha sabido mal no tener ninguna idea, porque la gente que te quiere se siente frustrada si dices: «Nada». Pero he sido incapaz de inventarme un regalo que me hiciera mucha ilusión. Yo, que me considero una persona ilusionada por la vida, he fracasado en la elección de regalos.

Lamentablemente, no pido nada a los Reyes. Aún así, como son gente de principios, me dejan cada año algún paquete. Suelo encontrar una camisa, un pijama, un jersey y, a veces, algún regalo inesperado. Pero lo interesante que los Reyes me podían traer en esta vida ya me lo han traído. Esta es mi impresión. De hecho, solo me atrevo a pedirles una cosa, que no es grande ni pequeña, cuadrada ni redonda, verde ni azul. Solo les pido que el año próximo pueda volver a saludarlos.

La redacción de la carta a los Reyes no es algo que me disguste en sí, porque verle hilar palabras con letras recién aprendidas es de lo más excitante en mi escala de babas, pero sí me disgusta que el niño lo quiera todo, absolutamente todo. Y como todo no se puede ni se debe, yo he optado por tunear un poco la costumbre. Así como el día de la llegada de los monarcas me llevé al nieto madrileño que todo lo quiere a una de esas enormes jugueterías para ver cómo reaccionaba ante el producto, fotografié con el móvil los que más alteración provocaban en sus constantes: dilatación de pupila, sudor, grititos; y se los mandé a los Reyes por SMS.

Queridos Melchor, Gaspar y Baltasar; ya sé que corren malos tiempos y que ahora mismo no está el patio como para derrochar en regalos, por mucho que la fiebre consumista de las sociedades ricas sea inmune a los vientos que soplan de la recesión. ¡Felices aquellos que gozan de la paz de los simples, porque de ellos será el reino de la estupidez!.