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Aprender de los ancianos

Juan Ordóñez Buela

BARBANZA

04 may 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

La imagen social de la ancianidad se ha transformado vertiginosamente en nuestro tiempo. En términos generales, se huye de la ancianidad y raramente alguien reconoce, con orgullo, que es anciano. Se idolatra la juventud, la potencia, la velocidad, la competitividad y la eficacia, de tal modo que los valores asociados a la última etapa vital raramente se subrayan.

Ha mejorado significativamente la calidad de vida de las personas ancianas, pero la percepción social de la ancianidad es unívocamente negativa. No se trata de cantar las bellezas de tal etapa, pero tampoco es pertinente ocultar sus valores inherentes. Sobre ellos escribieron Aristóteles, Séneca, Cicerón, Santo tomas y entre los contemporáneos no se puede olvidar las lúcidas contribuciones de Guitton, Bobbio, Aranguren o José Luis Sampedro.

Cada etapa vital tiene sus debilidades y sus grandezas. Con frecuencia se considera la ancianidad solamente bajo la categoría de problema, sin embargo, raramente se la aprecia como un don. La fragilidad del cuerpo del anciano choca con los arquetipos estéticos vigentes. La lentitud de sus movimientos colisiona con una cultura que venera la velocidad. No cuenta, en nuestra sociedad, el valor de la experiencia, la sabiduría vital que se aprende por el mero hecho de haber vivido, gozado y sufrido.

Es necesario que las generaciones se entrelacen y puedan transferirse mutuamente lo aprendido. Es esencial ver al anciano no solo como destinatario de cuidados y usuario de prestaciones sociales. Urge verlo como fuente de riqueza espiritual, como parte sustantiva y activa de la sociedad, como un agente capaz de enseñar el arte de vivir, como alguien que, a pesar de su fragilidad constitutiva y de las dolencias del cuerpo, dispone de un patrimonio intangible: sus valores.

En las culturas más floridas de la historia, los jóvenes se acercaban a los ancianos para escuchar y aprender. Los elementos esenciales del vivir no se aprenden entre el teclado y la pantalla, sino viviendo y escuchando.