Me acercaré al altar de Dios? proclamaba el sacerdote al inicio de aquellas misas celebradas de espaldas al pueblo y en las que se usaba la lengua latina, incomprensible para muchos. Las nuevas generaciones que asisten hoy a los ritos católicos no podrían comprender el por qué, no hace mucho tiempo, el sacerdote se situaba ante el altar de espaldas a los fieles y allí, sobre el ara, murmuraba palabras incomprensibles, pasaba y pasaba páginas del misal y, como un alquimista oculto en su laboratorio, sobre los impolutos e intocables corporales, manipulaba el pan y el vino hasta realizar el milagro de su transformación en el cuerpo y la sangre de Cristo. Todo era oculto, misterioso, oscuro, resuelto en bisbiseos y golpes de pecho como si la venida de Cristo al mundo fuera un hecho al que había que dar poca publicidad.
Se cantaba la salve en latín: Salve regina, mater misericordiae y en latín se imploraba el perdón de los pecados: Confiteor Deo. En latín se recitaba la oración más bella que nos legó el Nazareno: Pater noster qui est in coelis. Así que aquellos que desconocían la lengua del Imperio oraban y oraban sin saber lo que decían, aunque su sentimiento era de una entrega y un fervor admirables. Así transcurrió el ritual hasta mediados del siglo XX.
El Concilio Vaticano II, a pesar de la oposición beligerante de algunos cardenales, consiguió abrir a la luz del sol los chirriantes ventanales de la iglesia cuyos goznes había oxidado el paso del tiempo de modo que los ritos se celebraron de cara al pueblo, del mismo modo que predicaba Cristo a aquellos que le seguían para escucharle y curar sus dolencias.
También entró la modernidad y la tecnología en las iglesias. Coros juveniles con guitarras, y teclados tomaron posiciones en las cercanías del altar y el inconfundible olor de la cera dejó paso a las inodoras velas eléctricas que funcionan depositando unas monedas en la ranura de un artefacto semejante a una tragaperras tradicional. Proliferaron bellísimas misas étnicas hoy ya olvidadas, la misa gitana, la misa criolla, la misa africana y otras que abarrotaron los ábsides de alegría y esperanza.
Aunque cara al exterior la Iglesia católica pareció lograr la transparencia y sus fieles supieron reconocérselo asistiendo en masa a sus ritos, pronto la escandalera ética y económica que se ocultaba tras aquel intento de puertas abiertas fue puesta al descubierto y derivó en una sangría imparable de fieles. Los seminarios, como los hospitales en agosto, cerraron plantas cada vez con más frecuencia y las bodas civiles pronto amenazaron a las hasta entonces boyantes estadísticas canónicas. Asociaciones civiles como Cáritas que, de buena fe y desinteresadamente, trabajaban a favor de los desheredados tuvieron en aquellos días que hacer ver al Vaticano que ese no era el camino. El clero desertor y la necesidad de usar toda la fuerza de la propaganda con sus costes millonarios, parecen hoy reconducir a la Curia que ha llegado a pedir perdón por los gravísimos errores cometidos. Veremos que pasa.
Entretanto en una carballeira de Esfarrapa-Outes y en honor de San Adrián, mientras degustaba el pulpo de Mambís, pude ver un altar sobre una camioneta desde la que un cura de los de sotana, ofició la misa rodeado por sus parroquianos bajo el sol que se filtraba entre las ramas proporcionando una luz natural que no lograrán jamás los miles de velas que arden y ardieron en lo profundo de los palacios arzobispales.