Desde hace diez días, una mujer da comida a los padres del polluelo en la ventana de su casa
19 jul 2016 . Actualizado a las 17:33 h.Desde hace diez días Araceli Pérez y Juan Noya, residentes en la calle Rosalía de Castro, situada en pleno centro de la ciudad de Ribeira, viven con el corazón en un puño. Y es que esta pareja, amante de los animales, no puede concebir como algo lógico el hecho de cubrir con redes los patios de luces de los edificios de la zona para impedir la entrada de pájaros.
Asomada a la ventana de su cocina, Araceli mostraba ayer como, tras varios tejados de inmuebles contiguos al suyo, una malla se alza para cerrar el paso a todo pájaro que intente refugiarse en este patio de luces. Se trata de uno de los habituales protectores que se utilizan para impedir que las aves accedan a estos espacios y, sin embargo y en este caso, no ha funcionado, ya que una cría de gaviota se precipitó por ese hueco hace diez días sin que ahora pueda retomar el vuelo que tanto ansía.
Una gran defensora
La vecina, natural de Bilbao y ribeirense de adopción, califica el acto como «maltrato animal», y añade que no es la primera vez que ocurre: «Anteriormente se colocó una red de hilo que se extendía por los tejados, pero aquello era una trampa mortal. Los pájaros se quedaban enganchados por todos los lados y muchos morían ahorcados por las cuerdas», afirma.
La pasión que siente Araceli por los animales la llevó a involucrarse para evitar este tipo de percances y ayudar a la cría de gaviota, «que lleva diez días prácticamente sin comer ni beber». Esta vecina de Rosalía de Castro facilita alimento a los padres del ave atrapada, que sobrevuelan el área sin abandonarla nunca, lo que propicia «un ruido horroroso y constante» provocado por la comunicación entre estos pájaros, según reconoce Araceli. Además, ha intentado contactar con los vecinos para retirar la red y solucionar esta situación. El problema es que no todas las personas prestan su colaboración. Por ello, la persistencia de esta vecina de Ribeira la ha llevado a contactar con protectoras y con el Ayuntamiento, que, según Araceli, ofreció un remedio que implicaba gasto de dinero: «Aquí no se tiene aprecio por las gaviotas. A nadie le gustan, a pesar de que son seres vivos». La única solución que este matrimonio asentado en Santa Uxía ve posible es acceder a los tejados y hacer un orificio en el tejido para que pueda huir.