«Sic transit gloria mundi»

Maxi Olariaga MAXIMALIA

BARBANZA

matalobos

19 dic 2016 . Actualizado a las 00:29 h.

maximalia maxi olariaga

Así pasa la gloria del mundo. Sic transit gloria mundi, nos recordaban constantemente en el colegio señalándonos un cuadro abarrotado de calaveras y huesos humanos calcinados bajo el sol. La visión hería nuestros ojos y nuestro corazón como un retorcido cuchillo de luz negra. Era un ejercicio de sadismo controlado cuyo fin era vacunarnos contra la soberbia, pecado capital padre y madre de todos los vicios. Aquella jaculatoria que rebotaba como una pelota de caucho en todas las grutas del alma, pretendía sembrar el grano de la humildad en la tierra aún virgen de nuestro yo infantil, habitante del desván de nuestro alocado cerebro.

Nos explicaban que a los generales romanos, cuando entraban triunfadores en Roma trayendo tesoros y conquistas sin cuento en sus carros, un hombre sosteniendo una corona de laurel sobre la cabeza del héroe, le repetía una y otra vez: «Recuerda que eres mortal». También a los papas de la católica iglesia, recién elegidos en los oscuros cónclaves, se les fustigaba con la misma cantinela. El miedo a la soberbia era grande para aquel que tenía que sufrir el yugo cruel de los poderosos. Pero la condición humana, después de siglos y siglos de fracaso en fracaso, ha demostrado ser absolutamente impermeable a la vacuna.

El virus de la soberbia es resistente a todo tipo de sabiduría y la palabra sabia es un antídoto que siempre se ha mostrado débil, ineficaz e inútil. No hay más que ver la rutina diaria de los tiempos que vivimos, o repasar la historia que nos ha traído hasta este puerto de aguas podridas en las que nos es imposible navegar sin enterrar la quilla de nuestra desguazada nave en el lodo inmundo. La soberbia reina desde su trono de oro y esmeraldas fustigando nuestras desnudas espaldas con su flagelo de siete serpientes venenosas. Estamos absolutamente sometidos a la soberbia y al prostituido ejercicio del poder de quienes nos gobiernan. Y estos, los envanecidos por el puesto que ocupan en lo alto de los palacios, aún deben pleitesía a los verdaderos amos del mundo; los dueños del dinero y la riqueza amasada con la sangre de miles de cadáveres que todos los días se pueden ver expuestos a plena luz del día en la gélida pantalla que alumbra los telediarios.

Tan primario, atroz y despiadado como siempre, el poderoso que tiene en sus manos la llave de la santabárbara que puede hacer volar todos los versos, todos los cuadros y todas las estatuas, sigue sentado sobre el trono bajo el palio trémulo de la luna que nos separa del otro lado de la galaxia que ocupamos. Cada día con más certeza y menos vergüenza, la desigualdad entre los seres humanos abre bajo la opresión dorada de los amos, una sima más profunda y oscura. Desorientados en las tinieblas, buscando la supervivencia, nos matamos los unos a los otros deambulando como sombras ciegas en el fondo del barranco. Por no tener no deberíamos ni tener soberbia, pero el deseo insano de ser como los de arriba, nos ha convertido en asesinos y a empujones y codazos nos abrimos paso entre la basura buscando la luz que jamás nos será dada.

En esa batalla de perdedores, mientras no llegue un último alarido de rebeldía, vivimos hasta abrasarnos como mariposas nocturnas. Sic transit gloria mundi.