Se han convertido en el regalo perfecto. Valen para Navidad, San Valentín y una fiesta de cumpleaños. Como pura mercancía, cachorros de decenas de razas se envuelven en papel y se entregan al ser querido para ganarnos su aprecio. Es igual que sea un sobrino, un nieto, un hijo, la novia o un amigo. Al instante las hipérboles alcanzan el siguiente nivel: «¡Es tan cuqui!», «¡Está para comérselo!», «¡Estoy enamorado de él!», «¡Es el que tiene Kim Kardashian¡», «¡Se lo vi a una bloguera en su Instagram!».
Como al comienzo de cualquier etapa, todo son buenas palabras y brindis al cielo. «¡Lo sacaré a pasear todos los días!», es la frase más repetida cuando el animal entra por primera vez en casa. «¡Te aseguro que siempre limpiaré sus necesidades!», es la segunda mentira que más se escucha. Los problemas, como en la vida misma, llegan con el paso del tiempo. El primer traspiés rompe la convivencia. Suele ser cuando la lluvia arrecia impasible y el animal, obligado a pasar horas sin moverse del piso, pide a gritos que alguien lo quite de casa. Pero esta vez va a ser mejor quedarse tirado en el sofá.
Ahí comienza a desgastarse la relación. El que hace meses era un cachorro ahora pesa 20 kilos y tira con la fuerza de una decena de caballos. Molesta demasiado y lo ensucia todo. Hay que tomar medidas cuanto antes. Algunos, los que más fortuna tienen, acaban en una finca de la aldea de la abuela, comen los restos de la churrascada del domingo y campan a sus anchas entre silveiras y toxos. Viven, se despiertan con el canto del gallo y se acuestan con el rechinar de los grillos.
Otros, demasiados, no tienen la misma fortuna. Solo hace falta abrir los ojos para verlo. Cunetas y carreteras se han convertido en el nuevo hogar de centenares de ellos. «¡Nos vamos de vacaciones. Ya dejaremos el bicho en algún sitio», me imagino que dirán días antes de marcharse a las Islas Canarias para pasar, sin ningún tipo de remordimiento, quince días en la piscina de un hotel. El regalo se ha convertido ahora en el problema de otra persona.
Poco importan todas esas veces que te ha esperado durante horas en la puerta de casa porque te tocó volver tarde de trabajar. Ya no te acuerdas de que sí tuviste su compañía cuando estabas solo. Te olvidaste que te ayudó a desconectar mientras caminaba a tu lado y que cada día celebró que estabas a su lado. Ahora molesta y lo mejor es dejarlo tirado en una carretera. Alguno se pensará cuáles son las verdaderas animales. Otros lo tenemos muy claro.