A veces las nubes lloran

Gonzalo Trasbach
Gonzalo Trasbach (IN)SOMNIUM

BARBANZA

14 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Viernes. 3 de noviembre del año 2017. Hay madrugadas inesperadamente turbulentas y que de repente rompen las costuras del traje negro de la noche. Todo era calma hasta el clamoroso estallido. Entonces saltaron chispas. Los rayos hablaron iluminando la postrera oscuridad de la noche.

Hay veces que incluso las nubes se enfadan. Truenos y rayos nos anuncian su violenta riña, su enconada pelea. Después, tras la pugna sin cuartel, lloran como niñas para desahogarse. A veces lo hacen dejando caer suave y lentamente sus lágrimas. Pero, a veces, como aquella hora tan intempestiva, lo hacen de forma desesperada, derramando lagrimones sobre los tejados, sobre toda la tierra visible e invisible.

Y fue entonces cuando, al sentirme perdido y asustado como un niño en mitad del océano nocturno, me imaginé que lloraban en tu honor viejo loco irlandés. Sí. En tu memoria viejo y prodigioso borrachín dublinés que falleciste solo en la habitación de un gélido hospital de la ciudad de Zúrich, abatido, no por un rayo, sino por el cansancio y la tristeza, y con el hígado reventado. Amén. Eso ocurrió un frío 13 de enero de 1941. Cuando tuvo lugar tu entierro, al que no acudió ningún representante oficial de tu país, faltaban solamente 16 días para que llegaras a cumplir los 60 años.

De pronto, recordaste que Joyce era una de las luminarias que endulzan febrero, tu mes y el más corto del calendario. Él nació el 2 de 1882 y tu viniste al mundo el 6 del 49. Ese mismo año, pero 14 jornadas antes de que te alumbrara tu madre en el lugar de O Souto, a miles de kilómetros de distancia, el escritor suizo Robert Walser, acompañado de su amigo Carl Seeling, estaba saliendo del manicomio de Herisau para empezar una de las numerosas caminatas que desde hacía años ambos venían completando.

En su diario, Seeling relata que bajo la luz tan tempranera de aquella hora de la mañana, la nieve centelleaba con la luminosidad de un espejo. En ese preciso instante, te miré nena. Me pareció que tenías los labios húmedos, como si furtivamente te hubiese besado la lluvia.