Yo soy un gigante de piedra, veteado de salitre y curtido por los siglos. He contemplado el mar donde bogaron drákares, carabelas y conmovedoras dornas llenándose de pulpos y de sargos. He visto mujeres mariscando contra el ruido y la furia, a hombres ahogarse y a niños aprender a nadar. He sido conmovido por sucesos tan nimios como un beso en un portal y disgustado por actos tan atroces que he querido aplastar a todos los pueblos. A ningún hombre he llamado «amigo» y he bebido de la misma leche de la que beben los hórreos, mis colactáneos, mis hermanos.
Como Zeus, padre de dioses y hombres, soy testigo desde mi olímpica altura de cuán efímeros sois. Nada escapa a mi vista desde Fisterra hasta Santa Tecla. Escucho a las campanas de la iglesia de Valverde enterrada bajo las dunas, a las alondras y al mesar de las barbas del poeta. Siento el cántico de los lunares del mar: la dulce Ons con su voz de cormorán y archipiélago, la ojizarca Sálvora al relente de un roble, el tremolar de la Illa dos Ratos donde hay más chuchameles que roedores…
Soy el titán que soltó la mano de la noche y cayó en Barbanza; ella, Nix, como la llamaban los griegos, vuelve cada crepúsculo y me dice que me levante y nos vayamos, pero me he enamorado de las cosas pequeñas. Aquí puedo ser el pétreo guardián donde duermen los lobos. Aquí seguiré cuando vosotros ya no estéis. Aquí no necesito a nadie, pues me mecen los vientos del norte, me visto con telarañas, bebo del Pedras, sostengo caballos y parto nubes. Fuerte soy. Soy un gigante de piedra, mi nombre es Curota.