«Rosebud», mágica y enigmática palabra

BARBANZA

05 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Miña nena. Ahora que camino entre la nieve, te confieso que de niño, cuando llegaba el invierno, siempre lloraba porque quería tener un trineo. Sí. Un trineo para un cativo que había nacido cerca del mar. Ahí donde, como bien sabes, casi nunca nieva ni ha nevado. En el hotel de alta montaña en que hemos estado pasando unos días, tuve la ocasión de revisitar una vieja película que me evocó aquel infantil y antiguo sentimiento. Es incluso mayor que yo, pues se estrenó en 1941. Se trata de la ópera prima de Orson Welles (1915-1985), quien además de dirigirla y protagonizarla, la escribió: Ciudadano Kane, la cual no apreciaron mucho sus propios conciudadanos.

«¡Rosebud!». ¿Recuerdan? Con esta mágica y enigmática palabra empieza y acaba la cinta. La pronuncia el protagonista principal del filme e inmediatamente cae de sus manos una bola de nieve que se hace añicos al golpear contra el suelo. Averiguar cuál es el significado de esa misteriosa palabra parece ser el hilo conductor de toda la trama que narra la película.

Rebobinemos entonces. El personaje central muere cuando arranca el metraje. Este, no obstante, nos va ofreciendo el encaje de piezas en un puzle con el que nos relata quién era realmente el hombre que acaba de morir. En un principio todo parece apuntar en la dirección de que vamos asistir a un trabajo sobre el individualismo norteamericano y el poder, la historia de un megalómano expuesta en todas y cada una de sus facetas.

Pero si seguimos todo el entramado es porque el filme nos revela que Kane pudo ser un hombre como cualquiera de nosotros. De hecho, durante el desarrollo de la cinta lo que apreciamos es cómo Kane deviene un conciudadano nuestro, un hombre cualquiera. Alguien había vivido una infancia pobre en Colorado y tenía un trineo. Pocos años después, gracias a un mina que descubren en un terreno sin valor aparente de su madre, es enviado a un colegio para niños ricos de la costa este. ¿La feliz infancia perdida? ¿A esa maravillosa patria de la que ha sido arrancado vuelve el individuo que se muere al inicio de la película?

En este punto, sentimos que la película es buena. Y lo es en la medida en que no se trata más que de una oración, de una plegaria que es súplica y redención a un tiempo. Y ocurre, miña nena, que tal vez es por este motivo que cuando uno sale del cine de ver, por ejemplo, El árbol de la vida, de Malick, deviene otro. No es el mismo, al menos por un momento no mensurable. Y ¿cómo no ser otro? Tengamos en cuenta que en esta obra el padre dice a su hijo, el personaje central: «¡Hijo mío, recuerda!». Y él tiene que rememorar el momento de la creación del mundo para comprender la muerte de su hermano. ¡Rosebud!