El efecto llamada o el efecto Manada

Raquel Iglesias CRÓNICA

BARBANZA

10 may 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

No sé si es por el shock de la sentencia de La Manada o porque mi cerebro se ha activado un chip de alerta, el caso es que tengo la percepción de que en los últimos días las noticias sobre monstruos se suceden. Me refiero a los que se esconden detrás de cada caso de violencia machista, a los que han dejado más de 300 huérfanos en los últimos cinco años. Se me ocurren tantas maneras de cuidar de estos niños con una infancia rota... Pero yo no mando, no decido sobre los demás y seguramente nunca me siente en un bar a arreglar el mundo con ninguno de los mandamás.

A muchos se les tenía que caer la cara de vergüenza al escuchar estos días en el Senado a los hijos de las mujeres asesinadas. Se sienten invisibles y abandonados y les invito a recuperar el discurso del gallego Josua Alonso, hijo de la víctima del crimen machista de Chapela, ocurrido el año pasado cuando un monstruo provocó una fuga de butano y se llevó la vida de su madre y el hogar de sus recuerdos. Solo los vecinos y allegados se ocuparon de él y de su hermano. Yo he tenido que escucharlo varias veces para creerme que esto suceda en el 2018 y en un país en el que a muchos se les llena la boca al hablar de bienestar social.

Me pregunto si con la violencia machista ocurre lo mismo que con los suicidios: el conocido efecto llamada. No me extrañaría que la corta temporada que le espera en la cárcel a los angelitos de La Manada le diese alas a algún otro energúmeno para cometer hechos similares. Eso es lo que deberían plantearse quienes velan porque las sentencias ayuden a construir una sociedad más segura. Y eso que se considera que la víctima no sufrió intimidación ni violencia.

Menos mal que nos queda el papel. Quizá estén proliferando estas noticias porque los que estamos delante del teclado nos hemos comprometido a darle la importancia que se merecen y no porque se estén multiplicando los casos. Espero que, del mismo modo, aumenten las denuncias de quienes sufren la violencia, no solo la física. Les diría, si tienen hijos, que piensen en ellos para dar el paso de pedir ayuda, porque no queremos que el Senado tenga que celebrar nunca más las Jornadas de Huérfanos de la Violencia de Género. Será entonces la señal de que algo está cambiando para mejor.

Mientras tanto nos queda educar, a los padres y a los profesores. Deberían retirarse los maestros que se limitan a abrir el libro por cualquier página y ordenan a sus alumnos subrayar. Hay que comprometerse. Todos debemos predicar con el ejemplo. Para que nuestras hijas vivan el cambio de sociedad y quizá nuestras nietas puedan decir alto y claro algún día que ya no tienen miedo.