Magnani, Ingrid y Rossellini

BARBANZA

24 jul 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Agosto de 1949. Un meniño de seis meses dentro de una cesta forrada con una manta contempla como su madre lava la ropa sucia en un remanso del regato que serpentea por entre la aldea. Ese mismo año y mes, en la lejana Italia, Anna Magnani, sí, la protagonista de Mamma Roma (Pier Paolo Pasolini), contrataba como secretaria a una joven judía inglesa llamada Muriel Walker. Según cuenta la misma británica en un diario que contiene sus andanzas por la ciudad eterna en relación con el mundillo del cine, ella había arribado a Roma en compañía de una amiga, huyendo del olor y la grisura de los días vividos en una especie de orfanato de Londres para inmigrantes judíos, donde había estado internada antes de que en septiembre del 39 estallara la Segunda Guerra Mundial. A los 14 años obtuvo una beca para cursar estudios de secretariado. Era tal su rapidez y habilidad que el escritor Ian Sinclair la define como una hechicera de la mecanografía.

La explosiva actriz transalpina, que gustaba de presumir de tener secretaria inglesa, en vez de llamarla por su verdadero nombre la rebautizó como Ingrid, en honor a su supuesto parecido con la nueva amante de su hombre, Roberto Rossellini: Ingrid Bergman. Sí. La Bergman que enloquecía al duro Bogart en Casablanca. La fría actriz sueca, que había nacido un 29 de agosto en Estocolmo, y falleció otro 29 de agosto en Londres, cuando contaba 67 años. Solo vivió en este mundo dos años más que su arrebatada contrincante, que dejó conmocionados a los romanos cuando se fue un 26 de septiembre, con 65 cumplidos.

La Magnani, como decían los italianos, estaba enrollada con Roberto Rossellini, el distinguido director que la había catapultado a la fama con Roma, ciudad abierta, película que había servido para cimentar la base del neorrealismo italiano. Por su parte, Ingrid Bergman acababa de alcanzar el estrellato de la mano del gordo Hitchcock en Encadenados, y de los bajíos freudianos de Recuerda. Entonces viajó a Italia para rodar Stromboli con Rossellini. Y después estuvo encadenada para siempre a la mala fama: una bruja de la prensa sensacionalista procedente de los hielos nórdicos.

Una noche, Roberto Rossellini se acostó con la Magnani en Roma. La dejó satisfecha en su catre y sacó a pasear los perros de madrugada. Ya no regresó. Cogió un avión y se fue a Nueva York a dar calor y color al sofisticado helado sueco, que estaba envuelto en un escándalo mayúsculo. Por si alguien no lo recuerda, el puritanismo calvinista siempre ha sido mucho más cruel que el apasionado catolicismo mediterráneo. No obstante, el director de cine fue denunciado por las dos iglesias por haber dejado tirada a aquella mujer volcánica del sur: la Magnani, toda una diva en la muy imperial Roma.