El fulgor de las flores

Gonzalo Trasbach
gonzalo trasbach RIBEIRA/LA VOZ

BARBANZA

matalobos

04 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Ha llegado el dorado agosto. Han empezado a caer las hojas de los árboles. Estás sentado en el balcón. Las ramas de la arboleda del parque bailan al ritmo de la suave brisa. Observas los geranios que adornan las macetas. Aunque viene la etapa de su declinar, las flores aún viven su último momento de esplendor, de su fulgor. Y entonces comienzas a pensar en las flores. Ellas siempre nos acompañan: en la tristeza y en la alegría, siempre están ahí. Más incluso que los amigos, las flores nos son fieles. Siempre están presentes en nuestras vidas.

Las flores siempre nos hacen compañía. Cuando nacemos hay flores a nuestro lado, cuando morimos nos rodean. Cuando nos bautizan, la iglesia está engalanada con flores. Cuando nosotros nos casamos, querida, también alumbraban para nosotros en el altar del templo. Hasta cuando comimos y bailamos en nuestro banquete había flores. Y sabes bien, amor mío, que hasta nuestros muertos se negaban a partir si ellas no estaban para dar su adiós.

¡Compañeiros, recordad! Nosotros hemos amado en presencia de los lirios amarillos cuando visitábamos los humedales que se extendían por debajo de Brión. Nos hemos estremecido bajo las flores de los castaños en los anocheceres de junio al regresar de alguna excursión furtiva atravesando el bosque. También hemos conversado o jugado bajo algunos duraznos floridos. Incluso nos hemos puesto graves cuando recogíamos crisantemos negros para adornar las tumbas de nuestros difuntos. Decidme, ¿cuántas veces no nos hemos preguntado si las flores se comunicaban entre ellas como hacían los pájaros?

Como sabes, meu ben, cuando nos convirtamos en polvo serán las flores las que se quedarán delante de nuestros nichos para llorar por nosotros. Y ahora que vienen los últimos días de su estación dorada, cuando serenamente sus pétalos se transmuten en lágrimas sin pronunciar ni una sola queja, déjame que te cuenta lo que ha escrito Clarice Lispector (Ucrania, 1920-Río de Janeiro, 1977) en Agua viva (Siruela) sobre las flores.

Narra la escritora brasileira el dolor de las flores «para sentir más el orden de lo que existe» y detalla características de algunas de las especies más comunes entre nosotros. Así, por ejemplo, de la rosa nos dice que es la flor femenina que se entrega por completo, tanto que a ella solo le queda la alegría de entregarse totalmente. Además, nos cuenta que su olor es «un perfume como un misterio loco. La manera como ella se abre en mujer es bellísima».

En cambio, del clavel nos explica que contiene una cierta agresividad causada por una irritación desconocida y que las puntas de sus pétalos son ásperas y petulantes. Y que su olor o su aroma es en cierto sentido mortal. De la amapola, que nosotros conocíamos bien cuando buscábamos los nidos del paspallás entre los trigales, comenta que, aunque es humilde, posee «la osadía de aparecer con diversas formas y colores». Como bien recordaréis, era como un pequeño corazón que latía entre las gavillas, sobre las que nosotros nos tumbábamos cuando las transportaban en los carros.

De la violeta nos cuenta que es profundamente introvertida y que no se esconde, como se suele indicar, por modestia, sino para poder captar mejor su propio secreto. Como silenciosa, embriagadora, fantasmagórica, entre otras delicias, define a la llamada dama de la noche, que tiene un perfume que sabe a luna, a esta luna creciente de agosto, esta que ahora nos alumbra sonriendo desde detrás de la arboleda, meu amor.