Jirones de bruma sobre los campos

BARBANZA

MATALOBOS

Estabas caminando por la ladera del monte. La bruma tapaba la visión del mar, que adivinabas allá al fondo. Entre la niebla, apareció la imagen de un perro con el rabo entre las piernas que avanzaba hacia un paraje de figuras pétreas

08 dic 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

(IN) SOMNIUM gonzalo trasbach

Estabas caminando por la ladera del monte. La bruma tapaba la visión del mar, que adivinabas allá al fondo. Entre la niebla, apareció la imagen de un perro con el rabo entre las piernas que avanzaba hacia un paraje de figuras pétreas. Jirones de bruma flotaban sobre los campos del valle, parecían fantasmas aleteando sobre castillos derruidos por la erosión y el paso de los siglos. Estabas acercándote a la tierra que acostumbrabas a cavar para cultivar en ella los grelos de la memoria... En aquellos días, pensabas que en tu interior anidaba un pájaro errante, sin embargo, ahora te parece que esa ave es la que dormita sobre el tronco indivisible del silencio que envuelve la húmeda tarde de noviembre.

Tras entrar en la senda de los alboios, sientes el murmullo de la hierba cortada, te llega el olor de la verdura arrancada. ¡Ah, vivir al ritmo de las estaciones!, musitas. Comienza a llover. Te abrigas dentro de un cobertizo. Llueve con fuerza, intensamente. Miras para el suelo de barro. Piensas: el polvo que brilla bajo los zapatones es (o eso parece) el de un animal agonizante... En las afueras ladran unos perros. Continúa lloviendo. Y te dices: este es el universo de la lluvia: repiqueteo o tamborileo cerca de la habitación. Trepidante, fulgurante en los márgenes. Inquietante y perturbador a lo lejos...

A lo lejos... De lejos viene el sonido de una campana que dobla a muerte. Mientras tanto, un par de señoras mayores con sendos paraguas conducen dos vacas hacia las cuadras. De lejos sigue viniendo el llanto metálico. ¿Cómo sabemos si el lamento luctuoso es por una mujer o por un hombre? Crees recordar que si el último tañido de la serie es agudo, entonces es por una mujer, si es grave, por un hombre. <¿Estás seguro?>, te pregunta ese otro que lleva tu nombre y visita desconocidos parajes de la noche sin tu permiso. Dudas. Te prometes que se lo preguntarás a la sacristana de la iglesia de Abanqueiro.

Bajo la lluvia, es luminosa la hierba nueva del prado frente al establo. Continúa lloviendo. Y recuerdas que siempre te ha gustado escribir mientras escuchabas el murmullo de las gotas resbalando por el cristal de la ventana. Pasa una ráfaga de viento, y el olmo desnudo susurra, se estremece. Llega un perro empapado. Se sacude todo el cuerpo antes de entrar en el alboio. Y de repente se te ocurre: «Compañeiros!, ¿recordáis aquellos infantigables días de lluvia de nuestra infancia, cuando llegábamos pingando coma pitos? En aquellos tiempos, antes de cruzar el umbral de las puertas de las casas, también nos sacudíamos el cuerpo como acostumbran a hacer los perros, ou non?».

Cuando escampó, anduviste hasta donde habías dejado aparcado el coche. Después de arrancar, viste como desde un nogal cayeron sus últimas hojas ennegrecidas. Empujadas por el viento rodaron sobre el asfalto. Te parecieron como pájaros enfermos derrumbados desde un cielo intoxicado. Declinaba la tarde cuando entraste en el piso y te fuiste a sentar en el balcón. La lluvia volvía de nuevo. Por la acera veías caminar gente con los paraguas abiertos. Los cuervos chillaban entre la arboleda. Los graznidos de las aves irritaban los tímpanos de la memoria. Entre los árboles, franjas de una trémula luz azulada. Más allá, al fondo, el mar ahora parecía lúgubre y agitado, contrastaba con la quietud de un atardecer que se moría entre la niebla de los recuerdos... Y mientras tanto, oyes la voz de tu amor, que te llama para que vayas a cenar con ella los bolicos que acaba de cocinar.