Conocía esta palabra como el título de una canción (la cual ahora mismo me acompaña) del gran Ludovico Einaudi, nada más. Nunca llegó ni a preocuparme ni a interesarme cual podía ser su significado. Simplemente era un título de una melodía.
Mi sorpresa fue mayúscula al descubrir en la novela en la que tengo metidas las narices actualmente, que este término es la denominación de uno de mis olores favoritos: esa fragancia maravillosa que produce la lluvia cuando nos moja después de semanas sin hacerlo. Eso es el petricor.
Me he obligado a investigar el porqué de mi desconocimiento sobre este sustantivo y he descubierto que la RAE todavía no la ha incluido en el diccionario. Y es que petricor es bastante joven; fue inventada por dos geólogos australianos en 1964 a partir de las palabras griegas petra (piedra) e icor (sangre de los dioses) y se refieren a ella para definir «el olor que deriva de un aceite exudado por ciertas plantas en períodos de sequía».
Era una lástima que un fenómeno tan especial no tuviese un nombre propio y, aunque no soy un obseso de tener que definir absolutamente todo, creo sinceramente que tanto la RAE como la RAG deberían acoger esta palabra con los brazos abiertos, sobre todo teniendo en cuenta que últimamente el listón está tan bajo, especialmente para la primera, que le ha dado cobijo a palabras atroces como brunch o zasca.
Puede que, de primeras, petricor suene a una de esas palabras que decía el desaparecido Chiquito de la Calzada, pero en mi universo se quedará para siempre.
Benditas palabras. Ellas sí nos hacen especiales.