También conocidos como de anxiños, estas cruces eran utilizadas como necrópolis infantiles
13 feb 2020 . Actualizado a las 05:00 h.Como acostumbra a ocurrir con los conocimientos que se transmiten de generación en generación, a veces la cadena termina por romperse en algún eslabón condenándolos al olvido colectivo. Pero siempre hay quien recuerda, aunque se trate de historias tristes y duras. Con los denominados cruceiros de meniños -también se les conoce como de anxiños- pasa algo similar, pues detrás de ese nombre, y a unos metros bajo tierra, se esconde un antigua práctica. La de enterrar a los niños que morían sin ser bautizados.
Un reciente trabajo llevado a cabo por la investigadora Natividad Rey ha puesto el foco en esta clase de cruces, recopilando testimonios de vecinas de más de 70 años de los lugares que albergan estos elementos y anécdotas del pasado. La rianxeira, formada en antropología, etnografía gallega y especializada en patrimonio inmaterial, ha buceado en uno de los puntos de este municipio que conserva dos cruceiros de meniños, el lugar de Abuín en la parroquia de Leiro.
Rey señala que siempre ha existido un cierto tabú acerca de los fallecimientos de chiquillos durante el propio parto o más tarde sin recibir el sacramento bautismal, lo que impedía que fuesen inhumados en cementerios católicos. Ese velo de oscurantismo esconde casos de malos partos por enfermedades y condiciones escasas de higiene, pero también abortos por parte de mujeres que no podían dar sustento a esos hijos.
Duros testimonios
«A nai do meu home tivo ‘fillos do mundo’, un de cada de home. E non os quería, metíaos nun saco como se fai cos gatos recén nacidos, cando se enterran aínda non ben abren os ollos», este es uno de los demoledores testimonios recopilados por la investigadora, de una señora que a su vez sentencia: «A alma desa muller nunca terá perdón de deus».
Este tipo de entierros también engordaron la leyenda de A Santa Compaña, puesto que se realizaban al abrigo de la noche, ya fuese la mujer sola para pasar inadvertida o con un acompañamiento familiar. En el segundo caso, las personas acudían con velas y candiles en procesión, entre rezos y bendiciones. Y es que a falta de un camposanto, los cruceiros representaban el terreno sagrado más cercano.
Estas historias acompañan al cruceiro de A Veiga, situado en un cruce de caminos entre Abuín y Brión, donde la rianxeira también localizó otro caso de un entierro de mediados del siglo XX. «Sempre preguntei dende que era nena e creo que conseguín que me contasen moitas cousas por ser muller», reconoce Natividad Rey de la necesaria empatía, para recordar el machismo y el menosprecio al que fueron sometidas tantas mujeres.
No muy lejos, el cruceiro de A Lomba guarda otra dura anécdota. Este fue trasladado desde la aldea de Abuín a su ubicación actual, después de que desapareciese el antiguo camino que conducía a la iglesia, mas un vecino que se ocupaba de adecentarlo intentó evitarlo. Sabía muy bien lo que confirmaría a Rey otra vecina: «Miña nai tivo unha filla de solteira. Era moi pobre miña nai, pasaba pola época da Guerra Civil e estaba soa. Como non vía como poder alimentar ao recén nacido, levouno ao cruceiro dos meniños. Non me gustou cando o cambiaron de sitio porque alí é onde estaba... está enterrado meu irmán Manueliño».