Llegados a este punto, vistos, leídos y escuchados dimes y diretes, técnicos y expertos, listos, listillos y listones, el que diga que tiene criterio para concluir que el Gobierno lo ha hecho bien, mal o regular en lo de la crisis del coronavirus miente. Si dice bien, podría verse rebatido por una tonelada de aportaciones que concluyen lo contrario; y, si dice mal, pues otro tanto de lo mismo.
Afortunadamente, vivimos en un país con un descomunal nivelón en el que el más tonto peina bombillas, y el más listo es quien de cuestionar a Einstein. Y entre uno y otro perfil estamos la porrada de sabelotodos que hemos nacido tan espabilados que somos capaces de hacer el mejor planteamiento táctico de un partido de fútbol, como dar clases magistrales o doctorarnos cum laude en física cuántica, aunque no tengamos ni idea de qué va esta rama de la ciencia.
Dicen que detrás de cada español hay un experto, porque sabemos de todo, o eso creemos, pero yo más bien opino que detrás de cada experto tiene que haber un español, de lo contrario, reconocidas eminencias históricas y presentes no podrían haber llegado a esas conclusiones que hasta nos iluminan en la creación del universo.
Lo que me parece raro es que, a estas alturas, aún no hayamos conseguido dar con el remedio para matar al bicho, porque considero que juntando toda la sabiduría que indudablemente atesoramos y que cada día ponemos de manifiesto en esa barra de bar que son las redes sociales, incluso podríamos habernos adelantado a una eminencia como Trump con lo de la lejía, porque para acertar, primero, hay que tener criterio.