Imágenes de un día cualquiera

BARBANZA

26 dic 2021 . Actualizado a las 20:15 h.

Desciendes por la cuesta de la gasolinera de Bermo. Te paras en la primera curva, allí donde hay una pequeña explanada que acoge un modesto parque infantil. La tarde muere sobre el valle. El sol se está escondiendo detrás del alto de A Meda. Una suave gasa blanca y luminosa se extiende a lo largo de la sombría cara de la sierra. Desde esa atalaya divisas casi todas las casas que se alzan a ambos costados del río, que bordea Coroño.

Humean las chimeneas. El humo te invita a murmurar quedamente. Y dices: aún habitan en el valle algunas familias campesinas. Aún se ven grupos dispersos de ovejas y algunas cabras, pero ya no quedan pastores. También hay caballos y yeguas pastando en campos vallados o atados en fincas solitarias. Aún queda una iglesia en la ladera de Cures, la de la parroquia de San Andrés, y una pequeña capilla en Comoxo (la de San Salvador). Aún queda gente que tiene y cuida animales. Aún hay gente que cultiva huertos y vive de sus tierras. Aún hay hombres y mujeres que mantienen viva la antigua estirpe labriega. Aún hay familias que crían cerdos y celebran la matanza por San Martiño o por san Andrés.

Aún crecen en las aldeas del valle niños y niñas, niñas y niños que en invierno se asoman a las ventanas y escriben sus nombres en los cristales empañados. Niños y niñas que en verano manejan las bicicletas por las callejuelas o se bañan en el río o en las piscinas artificiales plantadas en las huertas. Aún viven en el valle niños y niñas que esperan ansiosos los días de primavera colmados de flores, anchura y claridad. Niñas y niños que ansían la venida de la mocedad, para después, cuando esta llegue, añorar la paz campestre de su infancia.

Te tomas un respiro y comienzas a descender de nuevo. A tu espalda: una luna casi llena cuelga, como si fuera una lágrima, de un cielo sin mancha. Vas a visitar tus yeguas, las que no te pertenecen. Notas como cae el relente sobre tus hombros. Agoniza la tarde cuando llegas junto a los animales. Sale vaho de sus morros. Frente a las dos yeguas, que saludan con sendos relinchos, recuerdas otra devoción, la que guardas a James Joyce. Y entonces piensas: Sí. También tú eres un esclavo de la manada. Quieres encaminarte hacia el hogar, allí de donde procede la voz que suavemente te llama, y que aún amas. Y sabes que a su lado, junto al calor de la estufa, vas a sentir el oscuro fluir de la corriente que se desparrama por las muchas ramas quebradas del tronco familiar. Sí. Y casi sin aliento un poco más tarde te irás para la cama.

Tras ocultarse el sol, que ya anuncia el solsticio de invierno, avanzas lentamente entre los campos. Vas repasando las imágenes del día. Recuerdas que por la mañana estuviste en el frío sendero sembrado de hojas de carballo de Faldexín, ahora reconvertido en Camiño de Barbanza. Cabo de Corrubedo. A Orixe. Andabas en la travesía entre O Souto e Brión, en el cruce que también lleva al monte. Y hablaste para ti: «Este era el recorrido que siempre cubría Esmeralda cuando iba para Boiro». Y de repente la visualizaste en el recodo. Tenía la boca abierta y sin dientes. Alzaba el bastón de forma amenazante. « ¿Qué le habríamos hecho?». Después sonrió y desapareció.

Fue entonces cuando entró en la escena tu enemigo más íntimo para decirte: «Esa mujer enloqueció de amor. Era guapa y tenía los ojos verdes como las piedras preciosas que llevan su nombre». Estabas de acuerdo. Ante aquel recogido espacio, una depresión del monte donde abundaban los pájaros, fue donde recordaste que la noche anterior, mientras leías Sexo y silencio (Pre-Textos), el último libro de Ignacio Castro Rey, gran amigo desde hace unos 50 años, te habías topado de nuevo con tu devota fidelidad a James Joyce, porque el escritor compostelano emplea en el libro esta cita del irlandés: «Amor, vela fugaz, regresa».