
Con ese título de almirante de la mar océana distinguieron los Reyes Católicos en las Capitulaciones de Santa Fe (1492) a Cristóbal Colón. Unos años más tarde, Juan Sebastián Elcano lograría la proeza de circunnavegar el globo terráqueo, gesta que, como buenos españoles, hemos menospreciado históricamente. Somos un país ligado al mar desde siempre, una península que afrontó con valentía su destino marítimo. Al igual que nuestros vecinos portugueses, venimos escribiendo con sangre esa realidad durante siglos.
Hace ya algún tiempo que me quedé asombrada viendo el documental Arte al agua, del holandés Olivier Van der Zee, con imágenes de campañas de Terranova de los años 50, 60 y 70. Por estos pagos todos tenemos familiares o amigos que han vivido aquello. Salí de la proyección teniendo claro el valor de cuantos pescaron y sufrieron aquellas aguas. Había oído muchas historias sobre ello, pero las imágenes reales ofrecían una dimensión desconocida para mí.
Hoy las embarcaciones y las condiciones a bordo —aún siendo muy duras— han cambiado mucho. Los medios técnicos, motores y casco han aumentado la seguridad. Pero aquellas playas de pesca, con sus extremas condiciones meteorológicas, en su día ya se cobraron al Titanic; el coloso que era imposible que se hundiese. Hoy lamentamos la pérdida de 21 tripulantes del Villa de Pitanxo —un moderno arrastrero diseñado para ese caladero— porque la mar océana se resiste a ser domada por el ser humano.
Quedará una duda, ¿con esas condiciones tan adversas era prudente la maniobra o deberían estar a la capa?.