Aestas alturas del incidente en los Oscar dudo de si es más penoso el chiste de Chris Rock, la justicia por la mano de Will Smith o el circo de tertulias —incluida una de tres exministros— posteriores. Por no hablar de la toxeira —que no jardín— montada por cómicos y feministas ultraortodoxas con las tesis y ensayos inherentes ad hoc.
No compro lo de que en humor todo vale. Humillar a alguien es una forma de violencia contra esa persona que puede causar mayor daño que el sopapo. Más en público, pues se busca incrementar la ofensa. Blanquear que lo haga un cómico es autorizar también al abusón de clase, que suele comenzar un proceso de acoso en forma de chanza para disfrute de su audiencia; como en este caso derivada de algún defecto físico. O de una enfermedad, sexualidad, religión… Muy mal mensaje a los jóvenes queridos Carlos Latre y Jim Carrey.
Dejando de antemano claro el rechazo a la respuesta violenta, no es menos cierto que errar es de humanos y que en esencia la bofetada, la labazada o lapote de toda la vida, a mano abierta, de anverso o reverso, es lo que es. Entiendo que siendo los protagonistas personajes públicos y el lugar donde se produce tenga repercusión mediática universal, pero de ahí a los sesudos razonamientos que se escuchan hay un trecho. Creo que Jade hubiese resuelto la extemporánea faltada con mayor acierto si Will, en vez de defenderla con la mano, le cediese la intervención en su merecido premio. Con cuatro palabras y una pizca de ironía podía dejar por los suelos al provocador ante millones de personas de todo el mundo. La venganza es un plato que se sirve frío.