«No puedo olvidarme de aquellos famosos turistas que se alojaron en una casa de turismo rural y se quejaron de que los gallos cantaban y los despertaban»
01 ago 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Una pareja se sienta, mira la mesa con recelo y exige que la limpien. Ya lo estaba, pero insisten y el camarero accede. Consideran que no cumple los estándares mínimos. Tampoco la tapa, por lo que reclaman que sean sardinas a la brasa. Como el cliente siempre tiene la razón, les ponen una por persona, pero piden otra a mayores. «Una tapa por consumición», les contestan. Se salen con la suya, reciben dos, pero más tarde se enteran de que el dueño les ha cobrado la segunda y entran en cólera: «La hoja de reclamaciones». La situación se avinagra y a quien acaban llamando para poner paz es a la Policía. La patrulla que llega se queda atónita.
La historia ocurrió la semana pasada en un local de Barbanza. Y mientras la escuchaba no podía olvidarme de aquellos famosos visitantes que se alojaron en una casa de turismo rural y se quejaron de que los gallos cantaban cuando salía el sol y los despertaban. Como King África y la Panorama, lo esperpéntico también regresa cada verano a Galicia.
Es un problema si hay algas y pateiros en la playa y si el agua está fría. También molestan los mosquitos y la lluvia. Pero si hay algo que les duele especialmente es cuando no hay sardinas (gratis, claro) en los bares. Ese es todo un golpe en el mentón.
Es obvio que vivimos en la sociedad de la queja, y también que no falta quien asocie Galicia a unas vacaciones buenas, bonitas y, sobre todo, baratas. Aunque el precio a pagar sea el de montar un espectáculo diario en el bar de turno. Me pregunto si cambian su actitud cuando viajan fuera de España. Lo dudo. Me los imagino quejándose de que los guardias reales del Buckingham Palace no se movieron en todo el tiempo que pasaron por allí. O que el Coliseo está en ruinas. Ese viaje seguro que fue más chasco, y más caro, que pagar la famosa segunda sardina.