El capitán del Prestige lanza su llamada de socorro a las 14. 5 horas del 13 de noviembre del 2002. Después de seis días de rumbos erráticos, se hunde, o lo hunden, a las 16.00 horas del día 19. Por otra parte, ayer se cumplió un año del naufragio del Villa de Pitanxo, en el que murieron 21 personas. Sería deseable que pronto se depuraran responsabilidades. Y todavía me acuerdo del amigo Manolo, el capitán del Marbel, muerto junto con 26 de sus tripulantes en las Cíes, al lado de casa. De esto hizo en diciembre 36 años y fue la mayor tragedia marítima española, no militar, de los dos últimos siglos. Entonces, la carencia de medios y la irresponsabilidad de la autoridad marítima de Vigo, hicieron posible tal desastre. La hemeroteca dejó buena constancia de ello. No nos llamemos a engaño: detrás de toda tragedia, siempre existen responsables.
Nunca y menos en casos como los señalados, debemos andar con paños calientes. Y aunque ya hayan transcurrido 20 años del desastre el Prestige, para que las cosas no caigan en el olvido debemos criticar las decisiones del entonces Director General de la Marina Mercante, López Sors, responsable de lo que pasó después de haber recibido el angustioso Mayday del capitán Apostolous Mangouras.
Se puede aceptar que durante el largo y extraño juicio que se celebró en A Coruña, López Sors se defendiese e incluso mintiese —tal como permite la justicia— para defenderse ante las graves imputaciones que se le hacían. Pero una vez dictada sentencia, mejor sería que no persistiese en sus argumentos, justificando el alejamiento del petrolero para que se hundiese lo más lejos posible, en lugar de darle abrigo, pongamos, en la ría de Corcubión. La reiteración de sus pobres argumentos, entra en contradicción con la opinión de la mayoría de los profesionales náuticos; como así lo corrobora y sustenta el Libro Blanco editado por el Principado de Asturias en enero del 2003. Un extenso y profundo análisis de las causas y de las decisiones que condujeron al hundimiento del Prestige. Libro, incomprensiblemente ocultado por la Xunta de Galicia y por el gobierno central de entonces.
Después de los años transcurridos y de la indefendible decisión de mandar un buque herido salpicando de chapapote toda la costa gallega, de Asturias y la de otros países, López Sors, en lugar de presumir de la idoneidad de sus decisiones, debería preguntarse cuál es su experiencia en navegación. Por ejemplo, sería importante que nos dijese cuántas veces sintió crujir la estructura de un buque similar en medio de un temporal desatado. Cuántas otras sufrió el embate de un oleaje de mar arbolada; de esa inmensa y furiosa mar, capaz de poner a prueba los templados nervios y la profesionalidad de un buen capitán como Apostolous Mangouras. Y también, cuántas veces tuvo que tomar decisiones para salvar la tripulación, el buque y la carga.
Presumiblemente carente de tales experiencias, como director general de la Marina Mercante, tenía que haberse asesorado y no satisfacer interesadas y absurdas decisiones políticas que no eran del caso.
A la vista de las desafortunadas declaraciones del ex director (meses atrás en un conocido programa de televisión), tratando de justificar lo injustificable, lo único que puedo reconocer en su defensa, es que mantuviese el gesto serio y no haya tratado de imitar las inapropiadas risas del otro López. Sí; las del señor López Veiga, entonces conselleiro de Pesca, como si de una coña marinera se tratase. Es como si ambos, tratando de justificarse con lamentable arrogancia, quisieran emular la impresentable respuesta del viejo emérito: ¡¿Explicaciones de qué?!