Plácido Pego, redero y contramaestre: «Estiven nas Malvinas ao principio da guerra»
BARBANZA
El ribeirense empezó a hacer redes con tan solo 14 años y desde aquella no ha parado de atar hilos
07 oct 2023 . Actualizado a las 04:46 h.La vida de una persona puede contarse a través de las arrugas de sus manos. Hay dedos que cuentan que alguien se ha dedicado toda la vida a la mecanografía, mientras que otros desprenden tal olor a lejía y productos de limpieza que no dejan lugar a dudas: esa persona se ha buscado las castañas dejando las casas o edificios de otros como los chorros del oro.
Las de los rederos son quizás las más fáciles de identificar, pues por mucho que pasen los años, no dejan de moverse con ese trajín apresurado que caracteriza los trabajos en el puerto. Así es como aprendió Plácido Pego el oficio que le dio de comer durante toda su vida: «Empecei con 14 anos, daquela aos rapaces levábannos para ver como o facían os vellos». Aunque a los 19 le tocó hacer el servicio militar, cada vez que cogía descansos volvía a Ribeira para seguir sacándose algo de dinero.
Cuando alguien embarca se prepara psicológicamente para pasar meses en soledad o ver países cuyas condiciones socioeconómicas son diferentes a las de aquí. Por el contrario, al Pego de algo más de 20 años nadie le había dicho cómo digerir el ir a un lugar en pleno conflicto bélico: «Estiven nas Malvinas ao principio da guerra».
Piensa que aquello fue una verdadera pesadilla para la población civil, a la que le tocó soportar la peor parte. Cuenta que la segunda vez que pisó la isla, cuando subían las redes al barco, recuperaban armamento que el mar había escondido bajo su profundo manto azul: «Había de todo, carros de combate, munición...». El marinero llegó a conocer bien este estratégico enclave británico, pues estuvo 14 años haciendo largas mareas allí. «Foi un territorio que evolucionou moito co paso dos anos, a día de hoxe está irrecoñecible se se compara a cando fun por primeira vez», afirma.
Después de casi tres lustros dejó atrás las costas latinoamericanas en busca de destinos con mejores condiciones climatológicas. Así empezó a trabajar en la zona de Sudáfrica, donde el sol y el buen tiempo facilitaban los meses de campaña: «Alí ías con roupa de verán e unha muda un pouco máis elegante para a viaxe».
Lo que más le impresionó del país africano fueron las enormes desigualdades sociales entre la población europea y la local: «Os franceses tiñan cartos abondo, pero a xente de alí era moi pobre, moitos ata andaban descalzos pola rúa». El tiempo lo cura todo, que dice el refrán, y lo mismo piensa el ribeirense, que vio como se fue desarrollando la zona con el paso de los años: «Agora cambiou moito, xa é outra cousa».
Precariedad
Lo que también ha cambiado radicalmente desde aquellos años es la manera en la que se vive en los barcos. Según el barbanzano, el oficio sigue siendo el mismo, pero las condiciones han mejorado mucho. Antiguamente, los marineros dormían en camarotes compartidos con cinco o seis hombres más y tenían que adquirir su propio material de trabajo: «Eu lémbrome de ir comprar almadraques antes de embarcar, era un gasto, pero tamén era unha comodidade importante». Manifiesta que él siempre tuvo la suerte de contar con un dormitorio propio a bordo, pues durante sus años en el mar, su trabajo principal fue el de ser contramaestre, lo que le permitía tener mejores condiciones que algunos de sus compañeros.
Lo más importante a la hora de conseguir un empleo no es solo la formación sino la versatilidad que tenga la persona a contratar, y eso es algo que define a Pego, que aparte de ser un buen jefe de cubierta, arreglaba las redes del barco cada vez que había una rotura: «Sempre estiven ben visto porque sabía atar e había profesionais que non sabían entón sempre me pedían axuda».
Tantos años se pasaron sus manos haciendo y deshaciendo nudos que a día de hoy, que ya está jubilado, Pego sigue moviendo los dedos a diario para dar vida a originales creaciones, entre las que destacan tigres, mariposas, cruces, fundas para puñales, árboles de navidad...
El ribeirense no las hace por lucrarse, sino por mantener la mente activa y poder hacer regalos bonitos a sus seres queridos: «Hai amigos ou familiares que me din se lles podo facer un e eu encantado, eles traen o fío en eu doulle o xeito que queiran».
Este pasatiempos combina a la perfección con el enorme cariño que les tiene a sus nietas, Noa y Alba, que más de una vez se han sentado con él para hacer pequeños bolsos o muñecos con los que después pasarlo en grande: «A min cáeme a baba con elas, deixo o que teño que facer e póñome a xogar cas rapazas».
La casa del abuelo es uno de los lugares preferidos de las niñas, pues el barbanzano les ha hecho todo tipo de juguetes únicos, como una casita de madera para las muñecas o una diana con dardos incluidos: «Moitas veces collen figos na parte de atrás da horta e compiten a ver por quen me fai a merenda, e a min sábeme de marabilla porque ma fan elas».
Solo 20 días en casa
El barbanzano recuerda bien aquellas duras campañas en las que después de largos meses de trabajo el único descanso del que disponían él y sus compañeros eran apenas 20 días en los que poco tiempo había para disfrutar de la mujer y los hijos.