No es un secreto para nadie, el Sergas va un poco lento y en las farmacias recibimos más consultas telefónicas. Hay más dudas que médicos, así que el resto de profesionales sanitarios tenemos que ponernos las pilas para compensar. Es algo de lo que me hago cargo, pero este fin de semana, cuando la vi, tuve un mal presentimiento.
Entró más que puntual, 16 segundos antes de la hora de abrir. Con ese rictus serio que tienen algunas madres primerizas a las que todo les parece preocupante. Lo trae en un carrito, con chaquetita azul y capucha, aunque no parecía estar lloviendo. «¿Puedo preguntarle algo en privado?». Me dice. «Claro, pase al despacho y dígame». Desviste al pequeño hablándole en diminutivos. «Mire, es que últimamente lo veo más gordo y creo que no está digiriendo bien». Le pregunto por la dieta y me dice que come a demanda prácticamente lo mismo que el resto de la familia.
«Y sus hábitos, ¿cuáles son?». Siempre duerme en cama con ella porque tiene pesadillas y llora. Que leyó en internet que las pesadillas pueden producirle un trauma. Que no lo lleva al parque porque no quiere que se haga daño. Reconoce a regañadientes que quizá lo mima en exceso, pero que claro, es el pequeño de la casa. «No soy un experto en este campo», le digo, pero lo que sí pude garantizarle es que teniendo ya un año no necesitaba llevarlo en carrito, que fuera caminando mejor; para comer, un par de raciones de pienso al día. Y no hay que descuidar la salud mental (de ambos), así que le recomiendo que lo deje, sin chaquetita, jugar en el parque con los otros perros.