Desde el paso de la pandemia hemos cogido un pavor cerval a las enfermedades, incluso a patologías que ya estuvieron entre nosotros y que, hasta hace nada, eran una cosa llevadera. Es cierto que la gripe A de este año fue durilla y larga, pero recordemos la máxima que se explica en primero de todas las facultades de farmacia: el catarro común dura sin tratamiento siete días y, con tratamiento, una semana.
Esta frase contiene dos verdades: una, la impotencia de la farmacología actual contra el simple catarro; dos, en ciertas dolencias, si le damos el tiempo suficiente, el cuerpo sana solo. No deja de ser una cura de humildad para la medicina moderna, entre cuyos logros se hallan los trasplantes de corazón o la terapia génica. Qué poco sabemos todavía, es apasionante.
Al final, estamos mejor protegidos de lo que pensamos por un sistema inmunológico y regenerativo ante las incontables agresiones del día a día. Hablé ayer con un amigo oncólogo, me decía que hay noches en que se va a dormir agobiado porque no sabe qué más hacer con algún paciente ingresado que no parece mejorar pese a los tratamientos.
En ocasiones, cuando va a verlo al día siguiente comprueba que se encuentra mejor sin que él haya cambiado nada. Y que eso le recuerda que nuestro organismo es, a veces, maravilloso y capaz de repararse solo. Nos acordamos de otra frase que también se dice desde primero de medicina: primum non nocere; traducido como: ante todo, no hagas daño. No hay que empeñarse en tratar todo lo que el cuerpo puede curar, si se lo permitiéramos, claro.