
Me encanta esta égloga de antruejo de Juan del Encina, la cual formaba parte del cancionero de palacio a finales del siglo XV y que muchos coros incluyen hoy en su repertorio: «Hoy comamos y bebamos y cantemos y holguemos que mañana ayunaremos. Por honra de San Antruejo».
Hace referencia al martes de Carnaval cuando era costumbre realizar una fuerte cena, «hasta reventar», antes de entrar en la restricción cuaresmal. Se trata de la preeminencia del cuerpo sobre el espíritu y un abandono de los códigos de mesura.
Algo tiene que ver con esto el hecho de que hoy en día «reventemos» a comer orejas, filloas, flores, etc. Son épocas provocadoras de excesos tanto en el comer como en los jolgorios y disfraces, son las Carnestolendas, el entroido. Es una traca final antes de que lleguen las seis semanas de penitencias cuaresmales, los ayunos, los actos de desagravio y la imposición de la ceniza recordándonos aquello de: «Polvo eres y en polvo te convertirás». O sea, que la fiesta no dura siempre, y que al cuerpo había que castigarlo, por ejemplo sin comer carne, (supongo que algunos vegetarianos lo agradecen) y así centrarnos en el espíritu
Hoy en día quizás a muchos jóvenes esto les suene extraño. No así a la señora María, ella aún recordaba aquellos días de niña cuando iba disfrazada por la aldea de entroido, con la cara pintada y vestida con ropas viejas (también se podía ir vestida de bonita).
A la señora María le ponía contenta ver a su abuela sentada en la lareira todo un día, delante de una piedra lisa, calentada al fuego, donde con un tocino pinchado en un tenedor primero la engrasaba y luego con un cucharón iba vertiendo el amoado que tenía en la pota para hacer cientos de finísimas filloas.
También recordaba en su casa el olor a bacalao los viernes de la Cuaresma.
La señora María estaba sumida en estos recuerdos mientras cosía a máquina unas telas para confeccionarle un disfraz a su nieto, para luego lucirlo con los amigos del colegio en el desfile de carnaval.
Ella, a su vez, aunque le escocía un poco, rescató del armario su traje negro con su camafeo de azabache, su velo, sus guantes, etc. Era de cuando vestía de luto por su marido, solo que en este caso, era una mofa para acompañar a sus amigas como plañidera en el entierro de la sardina.
Cantaba Celia Cruz: «La vida es un carnaval».