Los problemas pasan y los siguen pagando los mismos de siempre, como si fuesen irreparables e inasumibles
12 abr 2024 . Actualizado a las 16:28 h.La narcotización a la que está sometida la sociedad no deja de sorprender. Los discursos vagos, sin mensaje y metidos con calzador que llegan desde los estamentos con responsabilidades son tan soporíferos como un domingo de lluvia en pleno mes de agosto.
La capacidad crítica está en mínimos históricos, condicionados por estímulos a los que se presta la misma atención que al aleteo de una mosca en pleno concierto de Taylor Swift. Poco queda de aquellos jóvenes con ganas de comerse el mundo aunque hubiese que morder manos en el camino. Ahora parecen unos carrozas.
La desidia se ha apoderado del panorama. Los problemas pasan y los siguen pagando los mismos de siempre, como si fuesen irreparables e inasumibles. Las excusas son la nueva técnica preferida en cualquier lugar. La responsabilidad se ha quedado en un segundo plano ya que, si no las asumen los de arriba, menos lo van a hacer los de abajo.
No hay más que salir a la calle para ver lo que de verdad preocupa a la gente. Parece un tren a punto de descarrilar en el que maquinistas de todos los colores prefieren sacarse un selfi antes que tocar el freno. Las amnistías, los Rubis y los Koldos están bien para una tarde de tapas, pero no pueden protagonizar la agenda de un país que debe ser la bandera del progreso.
Los que se sientan en el sillón son capaces de apretar teclas, pero la comodidad suena mejor. La ilusión y las promesas siempre llegan, no como las soluciones que reclama el trabajador de turno. Ruido y más ruido. Todo para irse por la puerta de atrás y con la palmada en la espalda de un sustituto que alce más la voz.