El rechazo al turista se ha instaurado a pie de calle, repudiando acentos diferentes en las playas o en los restaurantes
11 jul 2024 . Actualizado a las 05:00 h.En una sociedad cada vez más polarizada no es raro que cada poco tiempo emerja una nueva fobia masiva, normalmente, impuesta desde hemiciclos. La de ahora es el turismo. Un sector que sostiene a numerosas pequeñas y medianas empresas ha pasado a estar en el punto de mira por culpa de personas de esas a las que le das la mano y te arrancan hasta el hombro.
El descontrol de los alquileres turísticos es un problema que puede convertirse en estructural y en el que el Estado debe intervenir. Pero, como siempre, la sociedad también tiene que tener la suficiente capacidad crítica para analizar el contexto que lo rodea.
La merma del poder adquisitivo de las familias, así como la costumbre a llevar un tren de vida que en la actualidad muchos no pueden permitirse ha degenerado en que un turismo low cost más caro que nunca haya tomado las riendas y marque el ritmo del sector. Sin profundizar en un tema que daría para derramar ríos de tinta, las consecuencias se pueden apreciar hasta a nivel social en la convivencia diaria con los visitantes.
El rechazo al turista se ha instaurado a pie de calle, repudiando acentos diferentes en las playas o en los restaurantes. Esto no deja de ser una especie de xenofobia intranacional que no favorece ni a unos ni a otros.
Cierto es que hay actitudes turísticas reprochables o cómicas, cuanto menos, como lo de dejar que el coche alquilado para pasar las vacaciones se hunda en el muelle. Sin embargo, no se puede olvidar que, tal y como están configuradas Barbanza, Galicia y España, el turismo ha pasado de ser una pieza clave a una necesidad.