Dani Carvajal es un hombretón que al vivir muy bien dando patadas al balón no ha tenido la necesidad de esforzarse y aprovechar sus neuronas. Opciones que no son incompatibles, grandes futbolistas se han aplicado en sus estudios o trabajos. Pero en este caso su ambición remata en la curvatura del balón.
Con esos andares y sus amistades no es de extrañar su posición de abuelo Cebolleta cuando surgió el conflicto de sus compañeras de la selección femenina con Rubiales y su entorno. Después, durante la Eurocopa de Alemania, se puso de perfil ante el posicionamiento de su nuevo compañero Mbappé diciendo que los jugadores no están para hacer política, más que nada por no ir en contra de sus referentes en ese campo. Pero cuando visita la Moncloa al presidente del Gobierno de España, él sí puede hacerla y se comporta como un irrespetuoso porque no comparte sus ideas.
Con un agravante que lo define como ignorante y zafio. Allí estaba como capitán de la selección española, representando al combinado, a la federación y a los seguidores de la roja. Si no era capaz de comportase con un mínimo de respeto institucional tenía que haber cedido ese papel y no ir. A un castellano no debería ser necesario recordarle que no hay que mezclar churras con merinas. Carvajal es solo un ejemplo de muchos especímenes retrógrados que pontifican sobre lo que no practican, no aceptan la igualdad de las personas y no respetan los derechos de los que consideran diferentes. Eso sí, si más rico y más famoso que él, caso de Mbappé, lo abrazará con efusividad para presumir de no ser racista.