Desde aquí agradecer su apostolado festivo, sus increíbles malabares para llegar al presupuesto, su paciencia con quien no hace nada y lo enjuicia todo, sobrellevar las calumnias e insinuaciones
02 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Hay algo en el verano gallego, que no son las verbenas, las orquestas, las fiestas gastronómicas, los fuegos del Apóstol, las xoubiñas, el terraceo en chiringuitos, los pimientos de Herbón o las queimadas en circunstancias inverosímiles, que marcan y enmarcan la excelencia social: las comisiones.
Esos entes abstractos, criticados, loados, vilipendiados, ensalzados y demonizados responsables de que la parte más mundanal del mundo exista y se reproduzca a la velocidad de la luz en el estío.
De un número tan variable como incierto, poco homogéneas, implicadas, desafectadas o casuales, son las madres (y padres) de todas las incruentas guerras veraniegas. Que solo por ser carnaza tribal justifican su existencia.
Aquellas en las que sus miembras y miembros tienen sesudas dudas entre la muchedumbre de la Panorama (oé) y el grupo folclórico o la banda marginal reivindicativa. Entre la masa del botellón o los cuatro de siempre bailando al son del licor café. Aquellos que, salvadas las primeras distancias, incluso bogarán en la mismísima trainera de Paquito el chocolatero.
¡Va por ellas y ellos! También por los equipos de algunos concellos que se encargan de tan festiva y enjuiciable misión. No hay receta válida y serán carne de cañón pues, incluso cuando nos divertimos, somos diferentes.
Desde aquí agradecer su apostolado festivo, sus increíbles malabares para llegar al presupuesto, su paciencia con quien no hace nada y lo enjuicia todo, sobrellevar las calumnias e insinuaciones. Gracias por vuestro tiempo e ilusión. Gracias por darles que hablar a los insulsos. Gracias por distraernos, alegrarnos y emocionarnos.