Códice Calixtino digital

carme alborés CON CALMA

BARBANZA

Imagen de archivo, del año 2000, del Códice expuesto en la catedral
Imagen de archivo, del año 2000, del Códice expuesto en la catedral

Aún recuerdo cuando los turistas eran pocos, eran un hecho social, no solo económico

21 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

En el Códice Calixtino, algunos de sus capítulos son una auténtica guía de viajes, que pretenden ayudar al peregrino, ya sea indicándole dónde la tierra es fértil, dónde hay buen pan, vino, carne, agua... Describe los parajes por los que va a transitar, monumentos que se va a encontrar, pero también le advierte de los peligros que debe sortear: lugares de aguas insanas para ellos y para sus animales, posibilidad de encontrarse con algunos lugareños desalmados que les engañan y les roban, o que abusan en los precios o en los tributos.

Hoy en día se ven multitudes de peregrinos visitando los abarrotados monumentos, que por cierto no da tiempo a contemplar ni a admirar con detenimiento y para ello habiendo hecho antes unas colas interminables, (aunque a veces lo importante es llevarse la foto). Ahora en muchos lugares los turistas son vistos como hordas depredadoras, que expulsan a los habitantes locales de sus viviendas, acaban con nuestras tradiciones, convirtiéndolas también en objetos de consumo. Muchos turistas se hacen dueños del lugar que pisan, gritan, cantan, forman grupos compactos que no dejan paso, consumen y tensionan los recursos locales, agua, transportes, generan un alza de los precios.

Este panorama es desolador. Aún recuerdo cuando los turistas eran pocos, eran un hecho social, no solo económico, traían su guía en la mano para enterarse, te sonreían, socializaban y si te preguntaban cualquier cosa, con mucha amabilidad la gente incluso los acompañaba al lugar deseado, eran casi reverenciados.

Este verano se creó en Santiago un grupo de informadores turísticos que recorren la ciudad con una tableta explicativa (el nuevo Códice Calixtino digital) para promover unas buenas prácticas, para defender, no a los peregrinos, sino a los habitantes del lugar. Pretenden que estos no sean molestados por el exceso de ruido, para ello lo van midiendo con un sonómetro disuasorio, también quieren evitar vandalismos, suciedad, masificaciones, prácticas turísticas no tradicionales como amontonar piedras o colocar candados.

Quiero pensar que como en la Galia de Astérix todavía resista en nuestra tierra alguna aldea que plante cara al incívico invasor turístico, no sé cuál sería la pócima mágica que tendrían que beber sus habitantes, aunque también necesitarán un forzudo Obélix, con su perro ecologista Idéfix, que cargue con el pesado menhir de un turismo amable, sostenible, bien planificado y muy deseado por todos.