Una de las mejores recetas para que te lean poco es escribir sobre escribir. Lo he comprobado, pero no puedo evitarlo. Me lo pide el cuerpo como quien pide un Frigo Pie en agosto. Escribir, un verbo que me resulta demasiado propio y que se come buena parte de mi tiempo. Un verbo al que se le está poniendo cara de sala de trofeos del Getafe. Ya sé que es extraño hablar de fracasos en esta época instagramera, pero así es.
El año pasado pasé muchas horas pensando sobre qué escribir una novela. Para eso intenté inspirarme; o copiar, según se mire, en la literatura escocesa. ¿Por qué Escocia? Pues porque Escocia se parece a Galicia, no solo por la lluvia, el idioma propio, las gaitas, el humor, el fútbol, o el whisky… sino por una sempiterna desazón que es común a escoceses y gallegos. Quien mejor capitalizó esa negra sombra de Rosalía en Edimburgo fue Irvine Welsh, el creador de Trainspotting.
Su obra aúna con honestidad la zozobra de la juventud escocesa con su caída en la heroína. Dicha caída es otro paralelismo con nuestra tierra, ¿cuántos chavales hemos perdido en esa bifurcación? Demasiados. Pues yo quise escribir sobre eso, devoré todo lo escrito por Welsh y comencé mi propia novela, llamada Narcopiso. No funcionaba.
Una historia no se hace grande por el tema que trates, sino por cómo la cuentas. Y yo no le encontraba el tono. Hay algo en el malditismo que ya no soporto. Maduré, supongo. Debo intentar mejorar. El verdadero escritor puede escribir sobre un charco de la peatonal y encontrar en ese charco todo un universo si miras lo suficiente.