
«Los mismos que no admiten crítica ni injerencia, pero que se permiten despotricar y opinar sobre todo»
24 ene 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Muchos ciudadanos se han sentido ofendidos estos días a causa de las formas y expresiones del juez Carretero al interrogar a Elisa Mouliaá, denunciante a su vez del exdiputado Íñigo Errejón por agresión sexual. Denunciante y no víctima, que eso está todavía por dilucidar.
Como apuntes previos diré que las maneras y tono del magistrado me parecen inadmisibles, pero que el trasfondo del inquisitorio sí me parece adecuado ante un relato incongruente, inconexo, poco sostenible y, por qué no decirlo, tardío de la denunciante. Es más, su declaración parece que va en una dirección, suscitada a su vez por una denuncia anónima, y los hechos, incluso los que asume, van por otro. Su viacrucis posterior por los platós, sin comentarios.
Pero al margen de esa disquisición, que serán los tribunales los encargados de dilucidar, hay algo realmente preocupante para el sistema.
Ya son muchos lo casos de jueces cuyo comportamiento, que debería ser imparcial, aséptico y ajustado a derecho siempre, es radical, desproporcionado y dictatorial en sus salas. Sin ir más lejos, si no fuese políticamente incorrecto, la actitud del magistrado Marchena en el juicio del procés sería digna de estudiar.
Una misma, en cierto juicio, recibió un trato abusivo, peyorativo y humillante por parte del titular; al margen de lo que se juzgaba. Situación que, por desgracia, se repite muy a menudo por miembros del Poder Judicial. Los mismos que no admiten crítica ni injerencia, pero que se permiten despotricar y opinar sobre todo. Y es que sobre este importante elemento de la democracia apenas se sobrevoló en la Transición. Y de aquellos polvos, estos lodos.